Era una gran fiesta, me decepcionó que nuestra
amiga actuara de esa manera; tan ligera, tan alegre, tan coqueta sobre lo que
se movía. No le hice ver mi disgusto, preferí meditar en el piso superior, que
se encontraba en ruinas, mi falta de actitud. Sólo tenía tres paredes violadas
por la mugre, un piso de cemento y un paisaje común. A la derecha en medio del
canal; la casa amarilla, tenía las puertas abiertas de par en par, al fondo vi
su retrato y me animé por ello. Quería
ver aunque fuera su fotografía un poco más de cerca, vislumbrar sus facciones
siempre inconformes con la vida. Bajé, te miré sentado en los escalones tratando
de protegerla, pero ella estaba alborozadamente borracha y no haría caso a tus
recomendaciones. Te pedí me acompañaras a observar la imagen que me había hecho
remover tantas emociones y aceptaste. Abandonamos a mi amiga a su suerte, a su
ligereza.
Anduvimos sin encontrar algo que llamase mi
atención hasta toparnos con un tianguis. Nos adentramos en la multitud, entre
cada puesto de ropa, comida, zapatos. Era presa de la adrenalina, sentía que
alguien nos perseguía. Tú me tomabas del brazo, me consolabas, decías que el
miedo del cual yo era víctima era únicamente un placer; me sirvió, soy tan
influenciable. Estaba segura de que ahí no pertenecíamos, era otra dimensión,
tú lo sabías y disfrutabas hacerte el valiente. La muchedumbre nos miraba sin
mirarnos, sus ojos ni un sólo instante se tornaron sobre nuestros cuerpos, como
si solamente se dieran cuenta de nuestra presencia. Avanzábamos, vi toda esa
ropa traspasando su materia. Nos detuvimos, era un coche rojo, sobre el cofre
había un altar dedicado a la virgen. Me horrorizó ver su estatua, apreté el
paso para despejar mi mente y no ver la silueta tan terrible que logró hacerme
hiperventilar. Tenía los ojos hundidos en un charco de muerte, labios apretados
como víctima de la tristeza, lágrimas de sangre corrían por su atuendo blanco,
ahora desgastado por manos propias; hecho jirones. Personaje malvado, quería
comprarnos con su santidad, pero no me engañó, la veía tal cual era, sin máscaras,
sin disfraces. Indescriptibles las desbordantes emociones que podía transmitir,
sólo sé que persuasiva era su vista. Pena me dieron los que la adoraban, mas no
podía detenerme por ellos.
Me seguiste y al igual que yo la miraste con
horror, derramando un río de llanto por tus mejillas. Te tomé del brazo y
seguimos nuestro camino. La casa amarilla era al fin, en medio del canal
antiguo que ya no era utilizado con tal objeto.
La casa hablaba por la puerta, las ventanas, la
chimenea, nos mostraba su magnificencia. Sus detalles eran blancos y su jardín
primaveral, con montones de flores que la hacían sentir armoniosa. Ahí estaba
su retrato aunque sólo era una representación en dos dimensiones, nada que
pudiera tocar lo que él, enamorar a quien él. Me alegraba recordarlo pese a que
él nunca me atesorara. Abrimos la puerta lateral; más vale que no me hubiera
atrevido, que hubiese permanecido afuera escuchando a la casa cuando decía detente.
¿Estaba su
cuadro? Sí ¿Estaba su cuerpo? También. Lo que no estaba era su esencia, su
espíritu. Mis ojos parpadearon queriendo ser extraídos, su cadáver yacía bajo
su retrato. De repente todo tuvo sentido, la casa amarilla me mostró su
verdadero carácter; era como si poseyera un botón y al presionarlo escondiera
su fúnebre ambiente.
Salí disparada del interior de la casa por la puerta frontal, sin llanto
que derramar. Me tiré sobre el pasto del jardín. ¿Cómo se había tornado todo
tan diferente desde la fiesta? Desde la comodidad entre seres que sólo buscaban
satisfacerse hasta ser invisible para otros. Desde la óptica con colores hasta
ver el blanco y negro de la realidad. Te apresuraste a abrazarme pero estabas
tan confundido como yo y tu boca no emitió sonido alguno.
En aquel momento corrimos queriendo escapar del mundo o de nosotros
mismos. La sombra se hacía más notable con la luz del sol; temíamos al gran
astro. Subimos los escalones de dos en dos víctimas de la locura hasta que los
ojos de la mayúscula estrella te localizaron y desapareciste frente a mi vista.
Entonces quedé atrapada entre mis miedos; entre la angustia, en dimensiones
ajenas, bajo el sol, subordinada a la religión, dentro del tumulto y la muerte.
-Aquino Cornejo Carolina
El siguiente Análisis se hizo en base al Nuevo dodecalogo de un cuentista (Andrés Neuman)
ResponderEliminarEl cuento inició con un escenario común, mas no advirtió el hecho siguiente, de manera que al terminarlo de leer, en el último párrafo auxiliado por las postreras líneas del anterior, se percató que es ahí donde habita la tensión, la emoción y por ende impresión que provocó el escrito al lector. En cuanto a la proporción de los párrafos, me pareció adecuada ya que en cada cual se expresó lo necesario, sin salirse de esa línea impresionista en sus diferentes escalas: a veces baja.
En ocasiones el tema central se vio remoto ante la aparición de escenarios que explicaron las emociones que los principales personajes pudieron adoptar dentro del contexto, lo cual desvió la atención, mas influyó en el lector sentir bajo la pluma del cuentista; así también, al final todo se entrelazó como senderos que llevan a distintas personas a parar sobre el mismo suelo fangoso: agua y tierra: cuerpo.
No estoy segura, empero, lo escribiré como si lo estuviese: cuando lees palabras ajenas sin conocer, previamente, al escritor lo único que puedes imaginar es tu ideal de personaje de acuerdo a lo que el autor dicta; sin embargo, cuando sabes quien escribió las letras que tus ojos siguen con la mirada sólo, en tu mente, está aquella persona; te sientes ella, como si fueses tú quien en algún momento de la vida experimentó las emociones y sensaciones que en la hoja yacen eternas.
Sus personajes no revelaron más de lo que interesó saber de ellos: sucedió algo, y se contó. Sin embargo, en cuestión de ambiente me hubiese gustado mucho más si se describiesen los escenarios en relación al estado emocional de los personajes, para enfatizar el sentimiento o golpear al lector con una manecita de porcelana ensangrentada: terrible y delicada.
Me gustaría felicitar la manera de gravar en aire perennemente un exquisito final; no es fácil. En este cuento el autor lo consiguió.
Como última observación: me parece que la colocación de las comas mejora la comprensión y la musicalidad al momento de leerlo; ya que las pausas encapsulan emociones que luego son sucedidas por otras hasta formar una cadena de bronce que atrapa al alma deliciosamente.
En sí el final me sorprendió mucho; no lo esperaba, nunca lo esperé. Y el título funcionó muy bien; no modificó el contenido, pero sí iluminó el empedrado camino sombrío de quien a él se adentró.