1964
Dayton, Ohio
-Nos vemos mañana- le grité a Jacob desde la puerta de
mi casa. Ya había oscurecido y era hora de la cena.
Al abrir la puerta, el olor a comida invadió mi nariz,
indicando que pronto habría un festín en el comedor. Mi padre no estaba sentado
en la sala leyendo y mi hermana no tenía su frecuente escándalo. No era
una tarde normal.
-Ya estoy aquí- grité, en caso de que hubiera alguien
cerca a quien saludar, pero nadie contestó.
El silencio que presenciaba era foráneo, la casa
parecía deshabitada. Me dirigí al comedor principal y ahí estaban. Mi padre y
hermana sentados opuestos y mi madre parada en la cabecera de la larga mesa. Lo
que más llamó mi atención, además de sus miradas temerosas, fue el sobre blanco
que reposaba entre ellos.
-Llegó esto para ti- dijo mi padre como si fuera un incrédulo.
-No ocupo verlo, se perfectamente lo que significa- le
dije, tirando mi mochila al piso mientras me sentaba en la otra cabecera del
comedor.
-Una sentencia, eso es lo que significa- dijo Amelia.
-No es así, significa patriotismo y servicio a su
país- contestó mi padre.
-¿Cómo puedes decir eso? Lo que él hará es apoyar una
causa estúpida para alimentar el ego de su nación.
-¡Amelia, no digas eso!- dijo mi padre azotando su
puño en la mesa y poniéndose de pie.
-Cálmense por favor- la frágil voz de mi madre
suplicaba.
Al escucharla tuve el impulso de levantar la mirada y
verla, ella entendía mejor que nadie el sufrimiento por el que nuestra familia
tendría que pasar.
-No tienes que ir Noah, no lo hagas, finge una enfermedad,
por favor no vayas- dijo mi hermana levantándose de su silla y arrodillándose a
mi lado.
Era un acto de desesperación de su parte, pero mi
conciencia sabía lo que tenía que hacer, no había segunda opción. Mi padre se
acercó y puso el sobre a mi lado mientras mi madre seguía inmóvil. Lo tomé y huí hacia la puerta.
Al salir, respiré la
fresca brisa que la tarde me ofrecía. Me senté en el columpio que habitaba en
la entrada de la casa y con toda la valentía posible abrí el sobre del cual yo
era destinatario. No sé cuanto tiempo estuve leyendo la carta pero ya me
la sabía de memoria.
-¿Me puedo sentar?- preguntó mi madre.
-¿Sabes lo que esto significa?- la cuestioné con
tristeza -Significa mi muerte.
-No necesariamente hijo, puedes regresar con vida y servir a tu país el tiempo necesario. Si te preparas bien puedes sobrevivir a la guerra- me dijo mientras acariciaba mi cabello.
-Mamá, no importa si vuelvo o no, aun así estaré
muerto- le dije.
-¿Por qué dices eso?- me preguntó con ojos llenos de
lágrimas.
-Aunque vuelva, estaré muerto. Tal vez no físicamente,
pero si mental. La guerra cambia a todos, y la vida como la conozco no será la
misma. Me convertiré en un asesino y en un héroe al mismo tiempo, ¿Cómo quieres
que siga viviendo si mi conciencia quedará marcada por lo primero?
Mi madre no contestó a esta última pregunta.
Basado en el "Nuevo Dodecálogo de un cuentista" de Andrés Newman.
ResponderEliminarYendo en orden con los puntos a tratar en el dodecálogo, el cuento tiene un buen inicio, logra atrapar al lector pues, lo intriga al decir que “No era una tarde normal.” Pero conforme va avanzando se pierde un poco el interés, se podría decir que la historia es predictiva hasta cierto punto, sin embargo, cuando llega al final recobra la emoción con los sentimientos del protagonista.
Es un cuento breve y bien estructurado, en el que el autor adjetiva lo necesario, ni más ni menos. Los personajes están bien ubicados y el diálogo que sostienen es familiar en primera instancia, (la madre que defiende, el padre que obliga, la hermana que lo detiene.) después se torna emotivo (explicando la muerte física omental). El final queda a la espectativa de la decición tomada y el lector puede sacar sus propias conclusiones.
En lo personal considero que el autor hizo un buen trabajo con la redacción del cuento.