Visitas de la semana

14 febrero 2013

Margarita


Hay sol, pero no hay calor. Aquí me encuentro yo de nuevo, su compañera incondicional, aquí la espero siempre, justo en la ventana, medio cubierta con la cortina violeta. Creo que tuvo pesadillas, despertó asustada. Yo no sé lo que es tener pesadillas, no duermo. Sólo observo la habitación y de vez en cuando ella me mueve y alcanzo a ver la calle, pero no me agrada es muy ajetreado, lo carros a toda velocidad, personas maldiciendo, caminando a prisa –lucen tan desconsiderados- humo aquí y allá; el semáforo, el tráfico, el asfalto gris y húmedo. . .  En fin. Que pena me da verla así, anoche la escuché discutir otra vez, puede que haya discutido con él, ¿Cuándo entenderá que no le conviene? Pero es tan terca, que nada ni nadie la harán entender, bien dicen que no se aprende en carne ajena. Su madre, su padre, su hermano y la chica esa. . . Siempre olvido su nombre, Valentina creo, todos le han explicado al menos diez veces que ese hombre al que tanto adora solo le va a causar más dolor. Que si yo pudiera hablar, la buena regañada que le hubiera puesto ya. Ahí viene con agua para mí, me va a decir que soy muy bonita y que he crecido muy bien, voy a tratar de sonreírle de nuevo, tal vez hoy si lo note, o tal vez no. Apenas suena su teléfono corre desesperadamente a responder, ríe, afirma tres veces con la cabeza al mismo tiempo que dice “¡si, si, claro que si!” y corre de regreso al baño. El buen Carlos le llamo para pedir perdón, estoy segura, no por nada se pone su vestido favorito y se colorea los labios. Está tan emocionada, le va a comprar un regalo caro, él siempre hace eso después de hacerla llorar. Pero ni comprándole todas las joyas del mundo se va a recompensar el hecho de que ella siempre ha sido su plato de segunda mesa, es que el buen Carlos aún no se siente listo para dejar a su esposa, no quiere causarle daño a sus hijos, el qué dirán lo tiene muy preocupado y no queremos que toda su campaña de “politiquillo buena gente” se estropee si todos se enteran que tiene una bella amante 20 años menor, pobre hombre como sufre. ¡Patrañas! Eso es mera cobardía. Ya me enoje, ahora que se vaya ni la voy a voltear a ver. Aunque se vea muy bonita y su sonrisa luzca radiante, con los ojitos felices ¿a quién engaño? No podría resistirme a verla. Esa miradita fugaz que me lanza a la ventana antes de dormir, al despertar, cuando entra al cuarto y de vez en cuando solo por placer, pareciera que se quiere asegurar de que sigo aquí completita, solo para ella. Así es, y así será. Es decir, yo le pertenezco, con cada uno de mis delgados pétalos, soy suya, lo soy por amor, por placer y porqué no tengo más opción. Me encanta verla sonreír frente al espejo, se sonríe a sí misma. Se rocía perfume y sale por la puerta casi dando brincos. Si yo fuera capaz de suspirar lo haría cada 2 minutos solo por ella, por Sara, mi bella Sara. Cuanto la adoro, y adoro escucharla decir mi nombre, “buenos días Margarita” y entonces siento que mis hojitas se me caen de la emoción. Quisiera hacerla feliz, la haría feliz a todas horas, la llenaría de abrazos; me encantaría poder oler su cabello, besarla antes de dormir. Pero no puedo, estoy encadenada a este montoncito de tierra contenido en una fea maceta.
No ha regresado en todo el día, ya van a dar las diez. Comienzo a contar los segundos guiándome con las manecillas del reloj, “tic, toc; tic, toc” así me pierdo como vagabundo en los recuerdos, la pienso para no extrañarla. Y cuando menos lo espero la puerta se abre precipitadamente, es ella, y ese hombre alto y moreno es el buen Carlos, luce descompuesta, pálida, Carlos casi la arrastra, la sostiene sobre su hombro para ayudarla a caminar. “Camina despacio” le dice, pero ella no tiene ninguna expresión, no levanta la mirada, ya ni siquiera tiene color en sus labios. ¿Qué le hiciste ésta vez Carlos? Ahora si se me van a caer las hojitas ¡pero de rabia! Como quisiera gritarle que la dejara en paz, que se alejara para siempre, que desapareciera por completo. La ayudó a sentarse sobre la cama, parece que carga una muñeca de trapo, sus brazos cuelgan de sus hombros como hilos y su cuello no es capaz de sostener su cabeza “Carlos, te juro que es tuyo” le dijo con voz ronca y decadente. “Sara, no insistas, ya te explique que no puedo ser su padre. Te ofrecí todo para acabar con esto, quiero tu silencio, entiéndelo. Ya no me busques, esto ya se terminó”. Se dio media vuelta y se marchó silencioso, Sara rompió en llanto, y yo aún no logro creer lo que acaba de suceder frente a mí. Después de pasar varias horas tratando de llamarlo desquiciadamente, se seca los ojos, camina lento, sin fuerzas, abre tranquilamente el cajón junto a su tocador y saca varios frascos que al vaciarlos dejan salir un montón de pastillas. Las tomó todas y las tragó, quiero pensar que eso la va a ayudar, pero nunca antes la vi tomar tantas pastillas juntas y eso me preocupa. Se acercó a mí, “buenas noches Margarita” y regreso a su cama casi flotando como alma en pena.
Tengo mucha sed, han pasado tres días ya, y sigo esperando que Sara despierte.

13 febrero 2013

Su amor seguía ahí.

El sabor de sus labios seguía intacto en su piel, aquella que buscaba el calor de ser querida entre sus cobijas y se entrelazaban sus propias manos para no extrañar lo perdido. El frío provocaba cierta coloración en su cara, un rojo incandescente adornaba la pequeña nariz y la tonalidad de sus mejillas se volvían rosas; los ojos cansados tenían miedo de rozarse, el miedo se profundizaba a la hora de dormir y todos los recuerdos se levantaban atormentado el silencio de la noche, lagrimas gordas brotan encontrando a su paso la curvatura de la boca. Ya no sabía qué era lo que le aterrizaba más el sentimiento que no cesaba o el acto que culmino todo. Se encontraba desecha y su refugio inmediato fue recurrir al alcohol dejando que sus emociones se gastaran en cigarrillos con la poca cordura que le quedaba llevándola al último rincón de soledad que no había tocado aun.  Sus fantasmas llegaron a tocar de nuevo la puerta, estos amenazan con no irse; llegan como olas que golpean con todas sus fuerzas la arena dorada del malecón, donde se derrumban sus más grandes fobias; la voz paterna resuena en sus oídos y se encuentra, de pie, descalza, tropezándose, la presión sube, su respiración se agita y en su mirada solo hay una cosa, el rostro del verdugo suplicando perdón. ¿Lo perdonaría?
Y volvemos al inicio, al túnel de recuerdos que atemoriza el sueño manteniendo despierta, buscando en la almohada la boca que tanto desea besar, el cuerpo con el que alguna vez durmió a su lado, entre los brazos, cerca del latido, ese sonido que se convertía en la perfecta canción de cuna donde alguna vez la palabra amor se hizo evidente.  Pero ahora todo parece mentira, lo dicho se quedo pendiendo de un hilo en el aire, que esta pronto a desmoronarse. La traición era lo que carcomía su piel y cada parte de su corazón se quebraba al imaginar la escena que no vio pero que sintió como si lo hubiera  estado viendo más de mil veces en cámara lenta. Se trataba de convencer de que era el turno de ella,  ya había vivido la situación precaria como hija y como hermana, era seguro que le debía pasar, era momento de emprender lo aprendido, tenía que hacerse lucir ante la situación, el ejemplo tenaz de la madre,  la falta de cariño, ese golpe silencioso que dejaba marca en el corazón y en lo más oscuro del alma, le había hecho creer que el error de padre y el error del hermano, la podría hacer soportarlo; lo aseguraba por antemano ,iba a suceder,  ese presentimiento siempre lo tenía, en cualquier relación con un hombre pero para su suerte no llego en ninguna de sus relaciones pasadas, no los amaba, todos tenían el mismo patrón del padre y solo quería hacerse sentir igual que hace más de diez años cuando vivían juntos.
Al conocerlo, ella jamás había notado sus ojos, eran desconocidos, extraños que solo compartían un lugar más en el mundo y solo habían cruzado algunas cortas palabras.  Hasta que un día se detuvieron y posaron bruscamente sus ojos  perdiéndose en el reflejo de la alma vieja que se había encontrado, en la sensación de la piel que se encontraba acariciada por las manos obsesionadas por las pequeñas manos de ellas y aquella boca que se había robado un beso y una sonrisa de ella, que hoy busca volver a sentir esa explosión, ese paro que dio su corazón la primera vez que dijo “Te amo”, que se encuentra bañado de lagrimas y de recuerdos que mueren lentamente.
Por tácito acuerdo, no se intercambiaban palabras, no se perdían en sus ojos, esas cálidas sonrisas ya no mas salían y cada vez que sentía su presencia cerca, su sentimiento se desbordaba, su corazón se hacía añicos; su atractivo no cambiaba, todo lo que había gustado seguía ahí, todo lo que ella se había prometido parecía romperse y no tener sentido, todo su pensamiento se contradecía, toda su vida al verlo cambiaba el rumbo y de lo único que podía estar segura, era el amor que ella siente y había dado, de todo lo demás, no tenía certeza ya.
Y una vez más el frío recorría su piel, incapaz de sentir el calor humano que tanto buscaba y se perdía entre su cobijas,  queriendo despertar de todo lo que parecía un sueño.
Se encontraron a solas, en unos de los corredores, se miraron directo a la profundidad de los ojos, le hubiera sido muy fácil huir pero ya se había escondido por mucho tiempo; intercambiaron muy pocas palabras,  con trabajo se veían,  su distancia corporal se había alargado y mientras su salida se abría, él le pidió un momento para que lo acompañase al piso de arriba, era algo notorio, había algo, algo que no se podía negar, ¿pero que era? Se detuvieron un momento para observar extraño e inútil  objeto y continuaron con su paso. Y de manera abrupta,  rompió con la barrera de la distancia, del silencio y el de las miradas, la tomo entre sus brazos y  acomodándola  sobre la pared, la beso con cierta violencia.  Se sostuvieron de sus narices, recobrando el aliento, mirándose  infinitamente. Su amor seguía ahí.

Por Aymeé García

Recordando a María.


Iba camino a casa, me moría de ganas de ver a mi hija María, sentía como si no la hubiera visto desde hace años después de haberme ido por 2 meses fuera de la ciudad. Caminando por la calle , mi ojo izquierdo capto algo diminuto en movimiento, y al prestar atención pude ver que era un caracol subiendo unas escaleras, recordé que María amaba los caracoles, siempre tenía que cuidarla porque si llegaba a encontrar uno, le encantaba metérselos a la boca, como batallábamos su madre y yo para que dejara de hacerlo, bastaba con que la dejáramos sola 5 segundos para que ya tuviera otra cosa en la boca que no fuera comestible, cuando recordaba eso, sentí un aleteo sobre mi cabeza haciendo sombra en el suelo, y vi que era un pájaro de un amarillo sorprendente cantando mientras pasaba y eso me hizo recordar que le gustaba pretender también que los animales e insectos podían comunicarse con ella y que me dijo, “también lo pueden hacer contigo papi”, y me rogaba que platicara con ellos todo el tiempo, tenía que admitir que a veces se me dificultaba inventar un tema de conversación cuando le hablaba al perro o al abeja que acababa de pasar, pero ella me creía y se reía desbordando felicidad cada vez.
Apresure el paso para llegar cuanto antes, y pude ver que en la casa cruzando la calle tenía un bonito jardín con muchas flores y de colores brillantes, me acerque para admirarlas un poco más, me moría de ganas de arrancar unas cuantas para llevárselas, pero no quería arriesgarme a que el dueño me viera de nuevo, pero por  lo menos las quería oler, me acerque para hacerlo con la más grande cuando de repente salió una mariposa hermosa de ella, era la mariposa más bella que había visto nunca, y en eso recordé que el cuarto de mi hija estaba repleto de ellas, de todos los colores, tipos y tamaños  y a veces por esa razón su madre la llamaba “mi pequeña mariposita”, recuerdo cuando las pinte en las paredes de su cuarto y como me indicaba de qué color quería que fuera la siguiente y como cambiaba de opinión cada vez; la mariposa revoloteo sobre mi cara y elevo su altura hasta que ya no pude verla por la luz del sol.
Ya no caminaba, estaba casi corriendo por la emoción de verla de nuevo, iba tan distraído que casi caigo de la banqueta a un charco gigante, alcance a sostenerme de un poste, y pude ver mi reflejo en el agua mientras agradecía no a ver caído en ella y en eso recordé de como en una noche de mayo, después de ver llover sentados en el porche, María y yo nos pusimos a buscar charcos en el pavimento y ella decía que el que encontrara el charco más grande ganaría, y le pregunte qué era lo que ganaríamos, y sin contestarme corrió a buscarlo, a ella no le importaba ganar algo solo le gustaba hacerlo, cuando ella encontró el mas grande vimos como las nubes y nuestros rostros se reflejaba en él y como ella dijo que teníamos los ojos del mismo color, pero que los míos eran más bonitos y yo le dije que eso era mentira, y que los ojos de ella solo los tenían las princesas, y me pregunto qué de que eran los míos, y mientras pensaba en la respuesta ella me dijo que eran los ojos de un príncipe; recuerdo que después de eso dijo que necesitábamos un castillo y señalo al árbol de enfrente y dijo que la única manera de llegar a él era caminando sobre el charco, corrimos haciendo saltar muchas gotas y cuando llegue al árbol note que ella no se hallaba a mi lado y vi que seguía parada en el charco viendo sus pies y cuando me acerque a ver qué era lo que pasaba, me dijo “mira papi parece que estoy caminando sobre el cielo” mientras veía el reflejo.
Seguía sostenido del poste cuando empecé a notar que ya estaba  empezando a atardecer, salte el charco y corrí a toda velocidad, me acorde de un camino que me llevaría más rápido, tenía que pasar por un pasillo muy largo pero llegaría en menos tiempo. Mientras corría, escuche como los grillos cantaban y como el eco hacia parecer que había millones de ellos, y recordé cuando María me despertó en medio de la noche una vez diciéndome que los grillos le pedían ayuda allá fuera y que querían que la princesa fuera con el príncipe, solo por hacerla feliz salí con ella al patio a buscar grillos, nunca pudimos encontrar ninguno aunque los escuchábamos y termine llevando a María rendida en brazos a su cama.
Terminando el pasillo vi que en la esquina había una farmacia y recordé como después de que cazamos grillos se enfermó y tuve que ir por sus medicamentos; seguí corriendo, y pase por la tienda de juguetes favorita de María, y recordé como una de las muñecas era idéntica a mi hija, y que se la compre pensando que eso la haría sentir mejor, y que le explicaría que tenía los mismo ojos de princesa que ella y recordé que cuando llegue la vi dormida en su cama sin color los labios y que coloque la muñeca a su lado.
Por fin estaba a nada de llegar a María cuando tan rápido como un parpadeo recordé todo de golpe, recordé el porque me había ido por 2 meses, el porque me moría de ganas de verla y sentía como si no la hubiera visto en años y parado enfrente de la casa por fin, di la vuelta y agarre el primer camión que se me atravesó fuera de la ciudad.

Abel


Aún era de madrugada cuando me desperté, se escuchaban ruidos extraños pero tenía mucho miedo y no me quise levantar para revisar, Abel todavía no llegaba y yo estaba muy asustada solo me tapaba la cabeza con las sabanas para no mirar lo que sucedía, aunque ya sabía que el viento provocaba que las ramas de los arboles hicieran ruido y era lo que me espantaba, pero también el vecino algunas noches hacia cosas extrañas y no me daba confianza porque actuaba de manera rara y le temía, y por eso no sabía si pararme y asomarme por la ventana porque si lo hacia el estaría ahí de pie mirándome, recuerdo su perro que murió, que en realidad yo sé que lo mataron a golpes y lo enterró en el patio trasero de su casa, el me da miedo, el viento que mueve los arboles me da miedo y Abel no ha regresado.
El tiempo pasa, los ruidos han cesado, la madrugada parece ser eterna el sol no ha querido salir, Siento una respiración sobre mi nuca y recorre todo mi cuerpo, un escalofrío pasa por mi piel, pero me doy cuenta que no es Abel, siento mucho miedo y no sé qué es, quizá sea el hombre lobo que cuentan que durante las noches anda rondando por las casas cercanas al bosque, y siempre busca a las personas que están solas, pero espero que regrese pronto Abel, entonces así el hombre lobo no podrá hacerme nada, pero Abel no regresa y el viento vuelve a soplar furioso, mientras los arboles hacen ruidos extraños y el vecino no deja de actuar de manera rara, y yo sigo escondida bajo las sabanas, porque todavía no me atrevo a levantarme y asomarme por la ventana porque le temo a lo que pueda ver a través de ella, aún sigo pensando que el perro no murió por viejo, alguien lo golpeo hasta matarlo y lo enterraron antes de que me diera cuenta de lo que en verdad sucedió, la madrugada no termina, aun no veo el sol del nuevo día.
Abel me dijo que me quiere y eso me hace feliz, yo también le quiero de la misma manera, él es valiente y seguramente cuando llegue a casa conmigo los ruidos se acabarán y el hombre lobo se alejará y no le van a quedar ganas de acercarse de nuevo a esta casa, me voy a sentir segura porque él me protege con su cariño y nada malo puede suceder mientras él se encuentre a mi lado, pero si no llega, el viento soplará tan fuerte que me llevará lejos, o el vecino me va a matar igual que lo hizo con su perro que enterró en el patio trasero, o el hombre lobo se va a dar cuenta que estoy sola, más sola que la luna en plena madrugada sin estrellas, o simplemente me ahogue en mi soledad de la que ni estas sabanas podrán defenderme.
El viento sopla fuerte, furioso y helado atacando las ramas de los árboles y meciéndolas como si fueran ligeras plumas, hasta pareciera que se van a volar con todo y sus grandes raíces, el vecino sigue ahí parado frente a mi ventana observando y esperando que me distraiga en cualquier momento para atacar, y el hombre lobo cada vez más excitado por la soledad que me rodea, dispuesto a lo que sea para venir y meterse entre las sabanas y saborearme poco a poco y acabar conmigo, y Abel, Abel no regresa, no va a regresar porque él no se encuentra, se fue de esta vida y tendré que alcanzarlo antes de que ellos me alcancen a mí, ahora solo deseo estar muerta para estar con Abel, porque ya se tardó en llegar aquí.


    Karla Valadez R.

Morimos, la sombra permanece.

Era una gran fiesta, me decepcionó que nuestra amiga actuara de esa manera; tan ligera, tan alegre, tan coqueta sobre lo que se movía. No le hice ver mi disgusto, preferí meditar en el piso superior, que se encontraba en ruinas, mi falta de actitud. Sólo tenía tres paredes violadas por la mugre, un piso de cemento y un paisaje común. A la derecha en medio del canal; la casa amarilla, tenía las puertas abiertas de par en par, al fondo vi su retrato  y me animé por ello. Quería ver aunque fuera su fotografía un poco más de cerca, vislumbrar sus facciones siempre inconformes con la vida. Bajé, te miré sentado en los escalones tratando de protegerla, pero ella estaba alborozadamente borracha y no haría caso a tus recomendaciones. Te pedí me acompañaras a observar la imagen que me había hecho remover tantas emociones y aceptaste. Abandonamos a mi amiga a su suerte, a su ligereza.

Anduvimos sin encontrar algo que llamase mi atención hasta toparnos con un tianguis. Nos adentramos en la multitud, entre cada puesto de ropa, comida, zapatos. Era presa de la adrenalina, sentía que alguien nos perseguía. Tú me tomabas del brazo, me consolabas, decías que el miedo del cual yo era víctima era únicamente un placer; me sirvió, soy tan influenciable. Estaba segura de que ahí no pertenecíamos, era otra dimensión, tú lo sabías y disfrutabas hacerte el valiente. La muchedumbre nos miraba sin mirarnos, sus ojos ni un sólo instante se tornaron sobre nuestros cuerpos, como si solamente se dieran cuenta de nuestra presencia. Avanzábamos, vi toda esa ropa traspasando su materia. Nos detuvimos, era un coche rojo, sobre el cofre había un altar dedicado a la virgen. Me horrorizó ver su estatua, apreté el paso para despejar mi mente y no ver la silueta tan terrible que logró hacerme hiperventilar. Tenía los ojos hundidos en un charco de muerte, labios apretados como víctima de la tristeza, lágrimas de sangre corrían por su atuendo blanco, ahora desgastado por manos propias; hecho jirones. Personaje malvado, quería comprarnos con su santidad, pero no me engañó, la veía tal cual era, sin máscaras, sin disfraces. Indescriptibles las desbordantes emociones que podía transmitir, sólo sé que persuasiva era su vista. Pena me dieron los que la adoraban, mas no podía detenerme por ellos.

Me seguiste y al igual que yo la miraste con horror, derramando un río de llanto por tus mejillas. Te tomé del brazo y seguimos nuestro camino. La casa amarilla era al fin, en medio del canal antiguo que ya no era utilizado con tal objeto.

La casa hablaba por la puerta, las ventanas, la chimenea, nos mostraba su magnificencia. Sus detalles eran blancos y su jardín primaveral, con montones de flores que la hacían sentir armoniosa. Ahí estaba su retrato aunque sólo era una representación en dos dimensiones, nada que pudiera tocar lo que él, enamorar a quien él. Me alegraba recordarlo pese a que él nunca me atesorara. Abrimos la puerta lateral; más vale que no me hubiera atrevido, que hubiese permanecido afuera escuchando a la casa cuando decía detente. ¿Estaba su cuadro? Sí ¿Estaba su cuerpo? También. Lo que no estaba era su esencia, su espíritu. Mis ojos parpadearon queriendo ser extraídos, su cadáver yacía bajo su retrato. De repente todo tuvo sentido, la casa amarilla me mostró su verdadero carácter; era como si poseyera un botón y al presionarlo escondiera su fúnebre ambiente.

Salí disparada del interior de la casa por la puerta frontal, sin llanto que derramar. Me tiré sobre el pasto del jardín. ¿Cómo se había tornado todo tan diferente desde la fiesta? Desde la comodidad entre seres que sólo buscaban satisfacerse hasta ser invisible para otros. Desde la óptica con colores hasta ver el blanco y negro de la realidad. Te apresuraste a abrazarme pero estabas tan confundido como yo y tu boca no emitió sonido alguno.


En aquel momento corrimos queriendo escapar del mundo o de nosotros mismos. La sombra se hacía más notable con la luz del sol; temíamos al gran astro. Subimos los escalones de dos en dos víctimas de la locura hasta que los ojos de la mayúscula estrella te localizaron y desapareciste frente a mi vista. Entonces quedé atrapada entre mis miedos; entre la angustia, en dimensiones ajenas, bajo el sol, subordinada a la religión, dentro del tumulto y la muerte.

-Aquino Cornejo Carolina

Alfredo Carvajal



Los Vampiros
Lo más seguro es que mi abuelo sea un vampiro, pero no como los de las películas, de esos que utilizan capa y tienen una malévola que a mí me da mucho miedo, al contrario es de las personas más buenas que conozco, y eso lo puedo decir porque cada día  me acompañaba al patio para jugar a la pelota, pero, después de cumplir 65 años, naranjas de la china.
Se llama Alberto como esa canción de Serrat que tanto le gusta y al igual que la canción se tomaba una copa de vino blanco con cada comida, y ahora la cambio por la sangre tan característica que beben todos los vampiros.
A mí me cuesta aceptar que él sea uno de ellos, come ensalada y bistec los viernes, además, de que él no vive de noche, al contrario a las siete en punto se recuesta en su cama, aún así durante el día mira con tristeza las nuevas cortinas negras que mamá ha mandado poner en todas las ventanas, es triste el tener que vivir solamente con la luz de las lámparas, hace apenas unos días le hoy decirle a mi padre que extraña la luz del día casi como a la abuela.
Echo de menos cuando me leía cuentos en el patio, ahora solamente me lee Don Quijote de la Mancha en el viejo sillón italiano que papá le compro en su cumpleaños, no es lo mismo y él lo sabe, porque en ocasiones me dice que lo pone triste imaginarse a todos los personajes aventurándose bajo el sol y él condenado a la oscuridad de la  casa, como ese cuento de Casa Tomada, del que poco o nada entiendo pero que él lo cuenta que es un placer escucharlo.
Yo también extraño a la abuela, un día salió a la tienda a comprarle unos libros al abuelo y una pelota nueva para mí, ya no regreso, mamá me dijo que en ocasiones las personas adultas mueren de ataques al corazón que cuando sea más grande lo entenderé, puede que sí, porque no me explico como la abuela que era sana como pocas, halla fallecido tan de pronto y mi abuelo maldiciendo al presidente y sus nuevas leyes, clarito lo escuche en la sala, gritando que las personas como él habían dado su vida por el país y que esa manera de recompensárselo era peor que una mentada de madre, y mira que para que mi abuelito diga una mala palabra, no como papá que cada vez que le meten gol a su equipo de futbol maldice hasta al pobre niño Dios que no tiene la culpa de que el portero no detenga ni un autobús, como dijeron los comentaristas cuando se comió un gol increíble.
Hace unos días estaba hablando con Pablo en la escuela y él me dijo que puede que sus abuelitos también se hayan hecho vampiros, porque, su mamá puso persianas en las ventanas y los mando a vivir al sótano. Me da coraje estar castigado por la culpa de Carlos, ese tonto que se burlaba  de nosotros, diciéndonos que eso de los vampiros no es más que una mentira y que nuestros abuelitos eran unos delincuentes ahora, y yo que con lágrimas en los ojos le di un golpe con todas mis fuerzas en plena explanada. Pese a todo no me duele tanto el tener que dormir sin cenar, me dolió más el no saber qué pasa con el Caballero de la triste figura, pero, nada como las lágrimas de mi madre, cuando se enteró del porque le rompí la cara a ese estúpido, lo sé, ni en pensamientos debo de ofender a otras personas, estoy seguro que diosito me perdonará porque él se lo merecía y mi abuelito no es un delincuente.
Cuando tocaron la puerta el viejo sabía quiénes eran, aún peor,  el motivo que los traía a la casa de su hijo. Con la dignidad de un condenado a muerte mando al niño a la tienda por una soda, se acomodó el cuello de la camisa y a los verdugos que venían por él les regalo un par de escupitajos entre ceja y ceja, para ellos, los menos culpables, era  rutina, incluso les sorprendió la poca o nula resistencia del condenado.
                                                                                                                      Alfredo Carvajal

12 febrero 2013

La libertad del inocente


Decían que mi  convicción no podría realizarse, que nunca podría volver, pero mi terquedad me impulsó, prefería la dignidad de morir enterrado en la arena de aquel inmenso desierto, que esperar por mi madre que desde hace 3 días no regresaba. Realmente no era que sintiera preocupación por ella, dado que mi condición física no la beneficiaba y lo más seguro es que como a un bulto de basura me dejara al lado, mientras que a mi hermana Sarabi la llevara consigo. No podía quejarme eso siempre tendría que ser  el día a día hacia la  supervivencia. No culpo a nadie, más que al cuerpo que poseo por no  responder, a  los pies por flaquear, pero mi espíritu aún no se rinde, buscare lo negado, la felicidad de no ver a la  muerte tan cerca o luchar contra ella. La terrible realidad se ve al  llegar los primeros rayos de luz  hasta el desfallecimiento del astro luminoso, los cuerpos en pila rodean este lugar, que no es más que un comedero de buitres, que entre su putrefacción, los cadáveres aún no han secado sus lágrimas. Aquellos mis únicos aliados, me tienden la mano para ir con ellos, pero les digo cordialmente que así sea locura, si voy a morir deseo hacerlo siguiendo el único sueño que he tenido, librarme de la carga de mis ancestros, recorrer largas distancias sin buscar la comida , aunque mencionan que es la que mantiene la vida, no quiero creer eso, porque el deseo de ella, destruyo la pequeña esperanza que tenía con el amor de la madre que se fue, solo con eso soportaba el dolor que sobre los huesos que transparenta mi piel, sofocan el respirar , en contradicción un gran estómago que es un obstáculo en el caminar.
El elefante se sentirá triste, muchas veces lo pensé, o se sentirá ofendido de que tomemos su orina para aliviar nuestra sed. Creó que ya no es tiempo de pensar en eso, debo emprender el viaje que desde hace años debí comenzar. No tengo equipaje, solo llevo el propio ser, a una tumba en la que pueda descansar y si a mi mamá me encuentro antes de eso, sería perfecto.
El viento sopla con intensidad, no puedo casi sostenerme. Me siento mareado, la luz del sol es fuerte, mis plantas están quemadas. Sin embargo eso dejó de importar. Al mirar el entorno lleno de soledad, finalmente comprendo que siempre estuve así, pero aún al darme cuenta no ocurre ningún cambio en mi sentir. De pronto observe algo a lo lejos, parecían dos cuerpos tirados en aquel ardiente suelo. Lentamente me acerque a ver quiénes podrían estar sobre el sueño eterno. Sorprendentemente ahí se encontraba Sarabi muerta, pero la otra persona no era mi madre, solo otro niño. Nada salió de mi corazón, puse a mi mente a trabajar para responderme, me he vuelto inmune. Mejor continuo, eso tiene que ser siempre mi respuesta. Espejismos o alucinaciones, de eso se trata, comprobé al retirarme del sitio. Veo la debilidad acercándose, grito con histeria, busco algo en que reposar. Una cueva a unos 6 metros estaba, continuo avanzando hasta estar frente a ella, suavemente puse la cabeza en una roca , la noche cayo y el día de pronto volvió a nacer. Al abrir los ojos, encontré que aquellos animales que comen la carne de los míos, seguían mi paso, ya habrán acabado con mis amigos los muertos, aquel pensamiento rodeaba mi cabeza y por otro lado me convencía  de  realmente no saber  nada, pero bueno, parecía que simplemente era mi turno, ¿verdad? Al menos el  hambre no me tocara más, no será mi dueña, no extrañare nada, el dolor desaparecerá y por fin llegare a tener la libertad de soñar con otra cosa que no sea la comida que nunca vi. Atrápenme y llévenme aves de plumas negras, sean mis guías en la desintegración de quien fui, Sharik. Sin la presión de la vida, pondré en orgullo lo que  en ella, nunca tuve, un verdadero amanecer. La lluvia pronto se avecino ,  como podría ser posible, en un lugar tan seco y muerto. No se marchen buitres, no me dejen. Salí a ver el panorama, no fue tan solo lluvia lo que el cielo de blanca seda, me presentó. Los  rayos recorrían entre relámpagos aquel negro espesor, descubrí en él, mi nuevo depredador. Sigo siendo una presa eso nunca cambiara, pero modificaré algo esta vez, no me esconderé ante la fiera, porque ahora es mi beneficio ser devorado por ella. En el último ruido que llegue a escuchar, un calor desbordante entró desde mi cabeza a los pies, después solo oscuridad absoluta, comprendí que eso representaba mi muerte, esboce con dificultad una sonrisa y como predije, el cuerpo que deje lo encontrarían tirado con una mueca de infinita serenidad, que las aves negras  destruirían al avanzar su apetito, la reunión dio inicio con el abrazo hacia mis  hermanos de putrefacción, que me  esperaban en la puerta de un extenso jardín , ahí aguardando el descanso y la libertad del inocente. 

Probabilidad de vida



Choque en la carretera Manglares – Los Almendros en el kilómetro 24, hay tres muertos y un herido, ¡traigan una ambulancia rápido, que se nos va!
-          Resiste linda, vas a estar bien.
¡Desfibrilador! 1, 2, 3 ¡Despejen!
¡Se nos va! ¡Se nos va!
-          Hija, Leonardo murió, ya no vendrá, aléjate de la ventana y regresa a la cama.
-          Esta perdida, parece que su mente está en otro lugar, enterarse que su novio y la familia de este murió le causo un shock,  pobre, no volverá a ser la misma.

¡Maldito sol! Que no me permite quedarme en la cama, llevo días sin poder tener una noche tranquila, creo que se debe a que regrese a casa de mis padres desde hace 6 meses, desde el día que él me dejo, se fue sin decirme nada, se esfumo como el humo, vivíamos juntos pero no quise quedarme en nuestra casa, todo me lo recordaba y amándolo tanto me causaba daño, aunque no sirvió de mucho, porque esta habitación tiene la misma decoración desde que tenía 16, las paredes azul rey y los póster de la banda de rock que nos unió en uno de sus conciertos y que escuchábamos por horas ¡que deprimente!
¿Dónde están las pantuflas? Oh, ahí asomándose bajo la cama, me las pongo, doy un paso, me truenan las rodillas, no sé qué les pasa desde hace meses están así, no puedo desplazarme rápido y es lo que más odio, porque ahí en la esquina esta ese enorme espejo cubierto de polvo, mi peor enemigo, no puedo mirarme en el, odio mi aspecto luzco más delgada, pálida y demacrada que de costumbre y eso me repugna, escucho un grito, mi madre, ya es hora de que baje a desayunar.
Un paso y otro más, me detuve frente a la puerta de cristal, era una cocina clásica, cálida y con loseta negro y blanco, empuje la puerta, ahí estaba ella, con su cabello sedoso y piel de porcelana, tan perfecta y con una enorme sonrisa, claro a ella no la dejo mi padre. Sobre la mesa un gran y humeante plato de avena, se ve tan desagradable, el gesto de mi rostro lo demostró, mi madre lo noto dio media vuelta y salió de ahí, herida, pero desde hace meses toda la comida había perdido su encanto para mi, creo que es la razón por la que estoy tan flaca, solo mordisqueo un pan y cuchareo la avena, no puedo creer que esta sea mi última comida, pero que mas da no la extrañare. Me levanto de la mesa, me retiro a mi habitación, tomo unos pantalones, botas y mi camiseta favorita. Hoy es el día. Le pediré el auto a mi padre, daré un paseo e iré al sitio que elegí, no sé cómo despedirme de ellos, nunca lo pensé, supongo que con un simple adiós, vuelvo a bajar las escaleras con rapidez ¡auch! ¡Mis rodillas! Ya era hora de que pasara algo así, cojeo hasta la sala y ahí están los dos, en sus respectivos sillones viendo el noticiero, los observo por un rato y pienso que así quería llegar a estar un día con Leonardo, me acerco y pido el auto, mi padre accede con una sonrisa en el rostro supongo que feliz de que vuelva a salir después de tanto tiempo, le beso la frente como despedida, al ver a mi madre la melancolía me invadió, la beso y abrazo, y con la voz quebrada digo adiós, doy media vuelta y salgo corriendo, dentro del auto seco mis lagrimas, tomo la llave y lo pongo en marcha, doy vuelta a la esquina y tomo el camino de la arboleda  paso por mi antigua casa y me pregunto si habrá recibido la carta que le envié a casa de sus padres o los correos electrónicos diciéndole el día, lugar y hora en que me quitaría la vida y que él y su regreso son la única razón de no perderla.
Pasan los 20 minutos del recorrido, llego al sitio, mi sitio, siempre me gusto, era un campo de esmeralda con el aliento de las rosas por todo el lugar, me encantaba era el lugar perfecto para leer y despejar la mente, ahora sería el lugar donde dejaría mi mente para siempre.
Camino hacia el borde del campo, respiro, y me digo a mi misma; no va a venir porque no me amo, me ama o amara, no le importo y aunque sabe que es mi última esperanza no lo tomara en cuenta, seré un capitulo terminado en su vida, un fantasma en su recuerdo de las largas caminatas, locas carcajadas y el helado de vainilla. Veo el reloj, ya es hora, giro la cabeza y no hay señales de alguien, agacho la mirada y esta mi final, se me escapa una lagrima al ver cientos de piedras como navajas esperándome, solo dejo que el viento roce mi piel y mueva mi cabello, respiro ese aroma de rosas por última vez. El clima esta perfecto, con viento, nublado y con posibilidad de lluvia, que bonito día para acabar todo. Suena la alarma del reloj que llevo en la muñeca izquierda, es hora, cierro los ojos y doy el paso final, estoy a punto de caer, alguien me sostiene del brazo, ¿será él?