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12 febrero 2013

Ambivalencia: miedo y confianza.



Maryen Ayar Fonseca
Ambivalencia: Miedo y confianza


Es invierno, son ya las 12 am. Las sabanas en las que me sumerjo hielan mis pies. Intento refugiar mis manos contra mi pecho, como abrazándome a mi misma, pero en mi pensamiento lo abrazo a él; siempre tan cálido, tan abierto a un abrazo y tan ausente. Pero lo puedo soportar, pues sé que al entrar en su cama él tuvo el mismo ensueño.
Aunque lo anhele con toda mi alma, mi imaginación no bastara para traerlo aquí, y sentir verdaderamente el calor corporal del único hombre cuya tibieza deseo. Así que una noche más dormiré en el polvo con besos de estornudo.
Amaneció igual que ayer, con más frio del que estamos acostumbrados a soportar ¡Dios! ¡Que difícil es meterse a bañar así! Igual que siempre, me lleno de estrés, no desayuno, corro y medio llego a tiempo; pero hoy hay algo distinto en el camino, un perfecto contratiempo me mira desde la explanada frente a mi salón, al abrazarme experimento la tibieza que deseaba.                               
-Necesito que mires algo-
-¿Qué es?
-Tienes que verlo, si no, creerías que me he vuelto loco. Cuando termine tu clase te estaré esperando en los laboratorios de mi facultad-. Debido al retraso que me causa sólo puedo asentir e irme corriendo a clase. Siento como la curiosidad, terriblemente ayudada por el hambre logra que no pueda captar nada de lo que la profesora expone, pues escucho mas a mie estomago que su voz
Por fin la clase termina, me preocupa el haber estado tan distraída, pero mas tarde arreglare eso. Corro por una galleta y después hacia  los laboratorios. Me extraña el que parezcan abandonados, tal vez me he equivocado de laboratorio; pero unos brazos que llegan a rodear mi cintura me confirman que estoy en el lugar correcto. Toma mi mano y se cerciora de que no haya nadie que pueda vernos entrar al lugar, esa acción me provoca un terrible enrojecimiento de pómulos, y una sensación extraña en el estomago, sin embargo lo sigo, aunque me resulte difícil por el temblar de mis rodillas al caminar por el interior del lugar, sola con él.
Cerró la puerta tras de nosotros, fue directo hacia mi cuerpo, rodeó mi cintura y gritó en mi oído
-¡Helo aquí! ¿Qué es lo que ves?
Una enorme, oxidada y nada romántica maquina- respondí exaltada y bastante confundida. Su gesto también reveló confusión, pero pronto una sonrisa encantadora se apodero de su faz.
-¿Tú confías en mí?-
-Si- Conteste dubitativa
-¿Seguirías haciéndolo aunque toda la lógica señalara que te engaño?-
-Lo seguiría haciendo- Respondí con firmeza.
Entonces él prendió la oxidada maquina, entró al centro de ella y desapareció. Desapareció sin que las leyes de física que hasta ahora conocía pudieran explicar como fue que pasó, desapareció dejándome revuelto el estomago, y un aire que tapaba mi garganta, pues no era un nudo, si no, algo que me ahogaba, una sensación de terror que no logro explicar.
Pero antes de que mis lágrimas pudieran salir, él estaba de nuevo frente a mí. Venciendo mis temores sin siquiera luchar. Sostenía una muñeca. Antes incluso de preguntar como fue que desapareció, mi duda fue el cómo podía tener una muñeca tan singular, sólo parecida a la de mi infancia.
Sonrió mas coquetamente diciendo
-Estuve ahí, vi tu angelical rostro de dos años, y te he robado esto- Dijo apenado.
Efectivamente, mi lógica me obligaba a pellizcarme para despertar del sueño; pero me pareció más “lógico” permanecer a su lado.

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