El bastardo de la música
Miraba su exquisita imagen, una pieza
inanimada, pero tan viva para mí; pensaba ir hacia ella y atreverme a tocarla,
sabías que la miraba y por eso, te permitías salir de vez en cuando con un
sonido que me atraía desde el otro lado del salón, el eco rebotaba en las copas
redondas y alargadas de la concurrencia cercana a ella que se disponía a
embriagarse con charlas aburridas y poco atrayentes, de esas que te dedicas a
calla; política, negocios y matrimonio para variar, mientras que el alcohol
sólo era empleado como remedio para mantenerse despiertos, volviendo así más
amena su realidad carente de entretenimiento. Por mi parte, no he probado aún
del vino que espera a lado mío ni mucho menos he bebido de la dulce saliva de
la dama que me ha estado coqueteando desde que llegué al salón, es hermosa, no
lo puedo negar, su rostro es bello, angelical y alargado; sus ojos grandes y
delineados, pareciese que me invitan a perderme en un mar de deseo y pasión
desenfrenada; mejillas sonrosadas, huella viva de que la temperatura ha
comenzado a aumentar y sus labios, ¡vaya! qué puedo decir de esos carnosos
labios, rojos, ardientes y pidiendo a gritos un rozón con los míos que tercos
sólo a ti te nombran deseando al objeto que a ti te sirve y que espera frente a
mí aunque tan lejana. Me aferro a la realidad y me concentro en la dama para
sacar de mi mente tu recuerdo, ¡qué bien me funciona! pues observando a la
mujer, bajando por el camino que me dicta su encantadora anatomía, posee una
piel tersa y blanquecina que me deja ver a través de su escote pronunciado
permitiéndome inclusive observar sus apreciados vicios que se pierden entre sus
vestidos; la mujer que desearía cualquiera, el problema es que no quiero ser
ese “cualquiera”.
Esta fiesta se ha tornado pedante, tú sabes lo quiero, me he retirado del lugar
en donde me encontraba, ya dejé atrás a aquella mujer, te soy fiel querida; me
he alejado de ella, del lujurioso vestido entallado plagado de botones que no
me permiten apreciar la naturaleza femenina casi perfecta que Dios le otorgó;
sigo huyendo del gentío que me desnudan con sus miradas por mi desinterés hacia
la joven; me dirijo a tu instrumento, por fin lo toco, que suave es, su color
cual exquisito chocolate que
se me antojaría comer; me hace tentar más de ti, te quiero hacer cantar; me
acerco a él, jalo el banco para sentarme a su lado pareciese que ya
me esperaba, cuando por fin estaba aproximando mis manos me detuvo una anciana
decrépita con aspecto de matusalén que solicita retirarme de ese sitio, “ay
querido, tú qué haces aquí con semejante cosa, está vieja y es sumamente
aburrida mejor encendamos el tocadiscos y escuchemos verdadera música ” yo
sonreí por cortesía pero tan pronto como pude me alejé, una vez más me han
dejado con las ganas de ti, con el deseo de ser yo tu instrumento y no el
objeto que no logré tocar.
Cuando
menos me di cuenta, mi huida me había llevado a casa, subí a mi recámara y me
embriagué un poco ¿será que el alcohol es la mejor manera de abandonar el
dolor? Saqué una serie de solicitudes para academias de música del montón de
papeles de mi escritorio, todas rechazadas, no podía entender cómo era posible
tener tanto amor a las notas y no tener la habilidad para comprenderlas, sin
embargo, lo peor radicaba en la forma en la que perforaban en mi mente. No
resistí más y me puse a llorar por varias horas hasta el punto en el que
destilé lágrimas de licor, nada quedaba, un pobre diablo que sin oficio ni
beneficio se encontraba tirado en un rincón de su habitación infestado por una
oscuridad que producía un ambiente desagradable de pesadumbre y tristeza; no
era posible soportar algo más, me hallaba ofendido hasta lo más profundo de mi
ser, cual hombre enamorado de una doncella la ve entregarse al enemigo, así me
sentía yo, traicionado por mi deseo, perturbado por mis constantes fracasos y
con el odio corriendo por mis venas, me levanté, tomé el violín que ya tenía
rota una cuerda por mi afán de aprender y lo estrellé contra el suelo, con toda
la fuerza que pude reunir, el ruido retumbó en mis sesos y me hicieron perder
un poco la embriaguez que tanto me había dispuesto a conseguir, caminé
tropezando con algunos muebles hacia el escritorio y tiré al suelo los papeles
que se atravesaban en mi camino inclusive la vieja máquina de escribir que
llevaba años arrumbada, sin embargo, en un momento de cordura levanté
pesadamente el artificio para la escritura y con un puñado de hojas, la armé y
cuando estuvo lista para iniciar el escrito, me dispuse a redactar una carta a
la Música misma, desesperado por mi dolor, comencé a presionar cuanta tecla
pude y me sentí feliz, dichoso de sacar esa rabia que me había acompañado en mi
viaje de veintiún años recordando mis días de agonía que sufría tratando de
convencer a mi madre para que me metiera en cursos de piano, de violonchelo o
de cualquier instrumento que saciara mi hambre de hacer melodías pero cuando
por fin cedió, los maestros al momento en que me escuchaban manipular los
instrumentos, le agradecían a mi madre por su contratación, devolvían el dinero
y se iban; burla tras burla soporté cuando decidido a tocar, me iba a las
iglesias para usar los órganos que ahí guardaban hasta que era expulsado a
empujones y desdenes de los encargados debido a que hacía correr a los
feligreses como si la música que generaba fuera de apestados. Como siempre, un
músico sin habilidades para hacer música.
Tras
mis recuerdos amargados, volvía a descargar la violencia contenida en el
teclado aceitado y humedecido por mis lágrimas aunque esta vez decidí poner
coherencia en mi escrito, plasmar mis sentimientos, pensamientos y desilusiones
sufridas en algo que sirviera. Como era de notar, escribir es algo para lo que
sí soy bueno, finalmente esto fue lo que resultó:
18 de octubre de 1938
A mi traidora pero aún querida Música:
He decidido alejarme de ti de una vez por todas, me has visto sufrir y
yo te he escuchado llorar al intentar manipularte, no pienso de nuevo profanar
tu pureza con mis manos grotescas y deformes; no quiero volver a desentonar en
tu existencia y mucho menos pretendo que tú trates de colocar una
melodía deprimente en mi cruda vida que ya me basta con lo que me ha pasado.
Dejo tus notas para siempre, me deleitaré escuchando a tus hijos en alguna
presentación en el teatro o, mejor dicho en el salón donde apreciaré como
desnudan tu melodía en cada instrumento y como te hacen el amor con sus
movimientos suaves y la coordinación perfecta de cada nota, así como a ti te
gusta como yo nunca lo logré mientras yo me estrujo las manos al no poder estar
sudando por tu fuerza carnal, pero tan celestial. Por ahora te diré una cosa
más, una ventaja a mi favor, un descuido tuyo al verme partir, me has dejado
tan mal parado, tan embrutecido y tan perdido en la mediocridad del silencio en
donde me encuentro, sin embargo, algo ha sucedido en esa soledad, he encontrado
un sonido ameno, un golpeteo encantador que aviva mis sentidos, una especie de
música que enardece mi alma y que tranquiliza los pensamientos enloquecido de
mi mente ¿sabes lo qué es? ¿no? te retorcerás al conocerlo, una vieja máquina
de escribir, así como lo lees, descubrí que al presionar las teclas hacen sonar
una dulce canción, leíste bien, hice música, te creé a ti, hice el amor con ese
aparato, con el mismo con el que te escribo esta humilde carta, por fin te
obtuve a ti y con algo que no es un instrumento, con aquello que no es de los
tuyos, igual que yo, porque he decidido hacer de esta máquina mi instrumento
musical, de las palabras mis más deliciosas melodías y de las letras mis notas
escritas que comprendo a la perfección, temo querida mía que no te necesitaré
ya más, por ende me despido de ti, y a pesar de que aún te deseo y que me
tendré que extasiar escuchándote en algún lugar, tendré la certeza que ya no
estaré sólo, en casa me estará esperando una máquina antigua con la que haré
música y acabará con la falta de melodía en mi vida, puede que algún día
publique para ti un libro, aquella obra por la cual me encerraré con mi amada y
pasaré horas con ella hasta despertar en ti ese arrepentimiento de no haberme
dejado tenerte.
Por último, volveré al gran salón,
me acercaré a tu objeto querido y lo tomaré sin importarme nada, no me iré sin
haberlo poseído en su totalidad, cada tecla, cada nota, cada movimiento así sea
horripilante lo que consiga no me detendré hasta pasar por mis dedos las negras
y blancas teclas de la vieja pianola.
Me despido de ti para no volver a
saludarte, cuídate y que seas tan feliz hasta donde tus notas te permitan tan
aguda melodía.
Firma tu despreciable servidor El bastardo de la música
Tu narrativa me cautivo.
ResponderEliminarBasado en el "Nuevo decálogo de un cuentista" de Andrés Neuman
ResponderEliminarHaré el análisis con base en el decálogo de Andrés Neuman, pero haciendo un paréntesis, y comenzando por tú principio, quiero explicar que tú inicio es el que Quiroga describe así: “el comienzo exabrupto, como si ya el lector conociera parte de la historia que le vamos a narrar, proporciona al cuento insólito vigor. Y he notado asimismo que la iniciación con oraciones complementarias favorece grandemente estos comienzos”.
Pues tu comienzo engrana rápidamente al lector, ya que siembra la duda de ¿Quién es esa pieza inanimada cuya exquisita belleza él no desea parar de contemplar?
Ahora pues, regresando al Dodecalogo de Neuman, en mi opinión tu cuento definitivamente emociona, sus detalles funcionan como pilares y tu asunto principal es el perfecto tejado, también haces un bello uso de adjetivos.