El intruso que la ama, esa zorra que lo ignora y el perro que la lastima.
Ha vuelto otra
vez, lo sabes, vas y le abres la puerta, no sé por qué lo hace si
nuca lo dejaras pasar, y sé que después le cerraras la puerta de forma grosera.
Te dice que te vayas
con él, que te va cuidar,
que te dará todo como le sea posible y
añade el “más”, una y mil promesas musitan sus labios, sonríes entristecida
porque sabes que no miente y aunque que
es cierto al final lo rechazaras. Ladeas
la cabeza en negación
Desesperado e impotente por tu respuesta te atrapa y
te estrecha en su pecho, te rodea con
los brazos, acaricia todo tu ser, no quiere soltarte, tú te estremeces ante su toque, aun así lo aceptas cuando abraza tus etéreos labios con los suyos.
Pero al final haces lo de siempre, lo
rechaza con un sutil alejo de tu cuerpo.
Cierras la
puerta, siempre lo haces, y el siempre volverá, con la ensoñación esperanzada de
que al fin seas suya. Miras la puerta unos segundos, y
enseguida te dejas caer al suelo, sueltas el llanto, y sollozas.
Me duele ver como aquél rostro enrojece de dolor, como cada lágrima
punza sus mejillas, y la hacen soltar las penas de su alma por lo que nunca tendrá. Quisiera
consolarla, ir abrazarla y decirle .Calla,
todo estará bien pero no puedo, no tengo pies,
ni manos, tengo boca pero ésta nunca hablara, y si lo hace
terminaría lastimándola. Ojala nunca me encuentre.
Pasan dos o tres
horas, te has quedado dormida a la sombra de la puerta, tiemblas de frío por el
ligero viento que se abre paso por el pequeño hueco bajo la puerta. Te levantas
asustada, cuando empiezan a tocar la puerta de forma brusca ¿Sabes quién es? Sí, yo
también. Es ese extraño- Te acomodas el cabello y la ropa, esperando que no se
dé cuenta de lo mal que luce tu figura humana,
Tratas que tu rostro esté sonriente o por lo menos satisfecho, no es que
le importe como te veas, es que no le agrada le que hagas malas caras. Lo sé, apúrate a fingir. La
última vez nada más por haber fruncido el ceño por algo que no estabas de
acuerdo, te aventó la taza de café hirviendo. Sí, recuerdo cuando volviste del hospital,
llegaste con tus brazos y manos vendadas,
y a ti llorando de dolor, pero dentro de tu alma, ya que en ese momento él estaba presente.
Abres la puerta,
lo dejas pasar. A este extraño sí lo dejas que penetre
en tu hogar. ¿Por qué lo has hecho? Si estábamos tan tranquilos. Se han
terminado aquellas glorioso cuatro semanas de no saber ni pizca de su esencia.
Se acabó, él acallara con su voz la dulce melodía que nos había traído el
silencio.
Tira el primer
golpe. Caes al suelo, te grita, te patea, te insulta. Ha, que gracioso te ha llamado
“zorra” estoy de acuerdo. Eres una zorra, toda una zorra. Sí, como aquel escurridizo animal. No es que seas astuta, ni ágil, tampoco hermosa; perdiste tu belleza
cuando te entregaste a esa basura. Como una zorra te has quedado a su lado, le
has sido inútilmente fiel. Siendo un zorro te equivocaste de pareja, y cometiste
una falta a la naturaleza, te casaste con un perro, los perros no son fieles
amantes, están siempre al asecho de una nueva hembra. Los zorros en cambio, tu deberías saberlo siendo una zorra,
siempre están al asecho, pero al asecho por la dueña o el dueño de su querer, buscando cada día, cada
momento sea día y noche como complacer
al dueños de sus ojos. Buscando la
felicidad de su amado hasta que llega el ultimo soplo de su esencia.
Impotente, desde
abajo del sillón veo cómo te jala de los cabello, y tú te agarras de ellos intentando
aminorar el dolor, mientras él te lleva a arrastras a la habitación. Zaz, azota la puerta. Te escuchó gemir, sé que
te duele, es dolor lo que vibra en esas
paredes, ¿te estará golpeando o violando o acaso las dos? No lo sé, prefiero no saberlo.
No sé nada de ti
hasta el día siguiente, cuando ese desconocido ya se ha marchado. Tú sales del
cuarto vestida con una bata azul. Te sientas cercas de mí. Una vez más lloras ¿Qué
carajo haces? yo te he de querer como a nadie en este mundo, pero eres una idiota
por hacer de tu vida un cliché de
película. ¡Por favor!, ¡deja de ser una zorra!
Tu pie herido y
descalzo me ha rozado. Te agachas para ver al intruso que no es intruso. ¡Oh
no, me has encontrado! Tus pequeñas manos me sostienen, siento el titiritar de tu cuerpo atreves de ellas. Me alzas enfrente de tu rostro. Es la primera vez que te veo así de
cercas, lamento que sea en estas condiciones. De hecho lamento que me hayas
conocido.
Apegas tus
labios a mi boca, me devoras con ellos. Haces
que los regalos del mar caigan goteando
sobre mí ser. Perdóname, no quiero hacerlo, pero si es la única manera en que
te puedo ayudar:- ¡Aprieta el gatillo!-
Yasmin, es magnifico, tu lenguaje poético, es sensacional.
ResponderEliminarTuve que leerlo porque me llamó y me llamó porque quise leerlo; la cadencia de tus letras es magnifica, excelente cierre.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar