Noche tras noche estaba ahí, de
pie, incandescente. Iluminaba el rostro de cualquier hombre que pasa por
debajo de mí, por este pasillo estrecho con un aroma a cerveza mezclado con el
fin de ésta una vez ingerida lo suficiente: ¡cómo aman mearse bajo mi luz! ¿Qué
piensan que me encanta verles la fálica manguera regando esta pared? Mujeres, era muy raro verlas por acá,
porque ellas esperaban a los ellos tras la puerta, de vez en cuando no faltaba
el vivo que quería pasar sin pagar, antes de que les dejaran entrar, les
extendían la mano para tomar el dinero, una vez que lo contaban les abrían la
puerta. A veces una que otra descuidada dejaba la cortina descorrida de la
pequeña ventana, entonces yo podía ver, muy a penas, los movimientos de
aquellas trabajadoras nocturnas y si tenía suerte hasta sentía el gozo de
los adúlteros o de los muchos solitarios jóvenes que visitan este
lugar; y digo sentía, porque me emocionaba con tal
espectáculo y es que era mi única diversión. Estar todos los días, esperando,
despertando sólo cuando el sol se oculta, algo bueno o si no bueno, algo,
lo que sea, tengo que sacar de acá. La verdad es que no me queda de otra, me
tengo que aguantar. Hay momentos que me da ganas de gritarle en la cara a los
señores que se regresen a casa, que su mujer lo espera, pero no puedo y me
aguanto como un Dios, sí, creo que a veces hago el papel de él, veo todo pero
no hago nada, porque las cosas deben de seguir su curso natural y yo aquí
prendida del cielo raso dándole luz a este pasillo largo, que en ocasiones me
parece infinito.
Todos creen que sólo vivo de noche y así
es, pero aun mientras duermo con el sol en la cara, estoy consciente de lo que
pasa.
Cierta vez me quede despierta hasta la
mañana. Nadie trabaja aquí de día, aunque hace algunas semanas, vino el mero
mero patrón, llegó con la mejor dama que hay, así oigo que la nombran, en
realidad no sé cómo se llama, bueno nadie dice su verdadero nombre, la verdad
es algo inexistente en este lugar. Continúo, llegaron estos dos tipos, él ya
con el pantalón casi en las rodillas y ella con la minifalda muy apretada, abría
las piernas con dificultad, aun así le vi las nalgas porque ni calzones traía,
pero sí unos zapatos altísimos. Tenían prisa, ya venían encaminados, no
esperaron a que la puerta se abriera, porque tiene un mecanismo medio raro, ahí
contra la pared; él con la mano sumergida en la entrepierna de ella que estaba
con los ojos en blanco intentado inútilmente tomarlo por el sexo; de
repente fijó la mirada en mí, y dijo entre jadeos y una gran sonrisa: "
mira, que raro, la lámpara todavía está encendida".
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