Visitas de la semana

10 abril 2013


Estío Bermellón
 

Como es de la primavera su costumbre perfumar la ancha habitación de blancas mieles menstruadas, así en profundo ensimismamiento permanecía Bermellón hundido en su viejo sofá creando, de modo alguno, el cuadro perfecto de ese atardecer irrumpido por alas de un fénix que no cede ante la embriagante belleza del alba.

Comenzó de súbito un vago murmurar de blandas voces a resonar en sus oídos; ninguna reacción, nada. La planta bajo la escalera ignorándolo por completo gozaba su disimulado vaivén con el viento, sus risitas mudas ya alcanzaban a penetrar los halos de Estío para unirlo a las caricias dirigidas a Bermellón.

-He perdido la mitad de mi vislumbre por complacerlas, ahora me dirán que soy hombre inerte, frío y taciturno, falto de todo color sombrío para ser lo que han afirmado; retírense y vayan a perturbar al inquieto espíritu carente de ocupaciones, él las complacerá.- profirió Bermellón a Camelia y Dalila. De inmediato ambas jovencitas salieron de la ancha habitación, y al percatarse del buen humor de Estío, rápidamente, cayeron sobre de él.

Fue en ese momento en el que detuve mi escritura para escuchar atento el bellísimo canto de Estío.  Canto que apaciguó las rizadas hojas de la oscilante planta, canto que acalló el agudo viento menudo, canto que Bermellón no quiso ignorar.

Cuando hubo cesado dirigió algunas palabras a quien hacía, desde hace horas, en la habitación contigua:

-Mi espíritu es inquieto porque esa es su ocupación y el motivo de mi canto es alagar, aparentemente, a Camelia y Dalila pero no, mi alma fervorosa ardiendo en tus miradas, tus ojos que me llueven, ha estallado mi caja sonora para cantarte; estas mis amigas fueron sólo un pretexto.

Pusose de pie, adosándose a la ventana miró las hojas que rosaban el suelo. Camelia subió un peldaño seguida por Dalila, luego de mirarse, sentaronse silenciosas. No hubo viento que soplase en la habitación o que provocase risitas a la viva planta azul; sus rizadas hojas, ahora lacias, se extendían a lo largo del pasillo hasta sus puntas tocar los desnudos dedos de Bermellón. Éste al sentir el delicadísimo contacto esbozó una efímera sonrisa.

Volví a escribir. Bermellón en su aparente ensimismamiento pensaba ver las oscurísimas pupilas de azabache de Estío; llameantes pupilas de fatuos fuegos que todo lo funden al mínimo contacto con su mirada. Apenas un menstruado pensamiento cual flor eclosionada le provocaba la más insoportable excitación ¿Qué esperaba allí sentado hundido en un abismo que no existía?

-Si mis ojos en tus labios ven la sed que de ti tengo, oh amor, cuán alegre será mi alma, tan alegre que lloveré tu cuerpo con mis dedos.

Lo escuché musitar mientras su tersa mano me tomaba del torso y con suaves deslizamientos pintaba hermosas curvas con mi saliva. Intentando liberarse de sus vehementes pasiones me estrujó, mas no funcionó; su único remedio era Estío, dulce bálsamo de su herida.

Varias horas anduvieron con minúsculos pies sobre los cuerpos y el viento no volvió, y la azul panta rápidamente se apagó. Sólo en su compañía escuchaba el constante suspirar de su pecho.

Silenciada por un instante permaneció la casa, pronto presurosos pasitos se aproximaron a la ancha habitación.

-¡Son las nubes! Las grises nubes que al cielo opacan quienes marchitan los halos de Estío, ¡es menester tu presencia en sus ojos!- exclamaron Dalila y Camelia.

Cual salvajes olas que de piratas sus embarcaciones tragan, Bermellón en su muda furia ahogó todo inútil orgullo suyo.

Arribaron los tres a la alcoba de Estío. Desvanecidas entre sus prendas las damas no se permitieron detenerse el llanto, ambas permanecieron a los pies del agonizante que más moría.

-Mis labios sostendrán tu alma.- susurró Bermellón.

-Pendo de ti…

Tenuemente sus brazos levantaron la frágil cabeza, y cuando tan cerca la tuvo como la pluma oscilante del ave que muda cadente cayendo en diáfana agua de un lago, estalló la granada de sus labios.

-Alguna vez antes te vi y cada parte de mí dejo de ser mía, ahora vuelvo a mirarte y sé que tu cuerpo me fue dado aquel día.

Ante aquellas sinceras palabras Estío no hizo otra cosa que no fuese encender sus ya encendidas mejillas.

Nunca el fénix cedió. Nunca en ninguna ocasión tornó a embriagarse con sus fatuas pasiones, porque ahora bebía los perennes fuegos que abrasaban su tácito cuerpo.

-Fúndete en mí pues ha amanecido.- dijole Estío a Bermellón desprendiéndose de mí para besarlo. Deslicéme por sus piernas hasta tocar el suelo.

La azul planta ora mariposas jugueteando entre las níveas palmas de Dalila y Camelia a cada aleteo suyo despedían esa pura fragancia que menstruada llovía las menudas siluetas ya perdidas en sus calores masculinos: un Estío Bermellón.  

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