Estío Bermellón
Como es de la primavera su costumbre perfumar la ancha habitación de
blancas mieles menstruadas, así en profundo ensimismamiento permanecía Bermellón
hundido en su viejo sofá creando, de modo alguno, el cuadro perfecto de ese
atardecer irrumpido por alas de un fénix que no cede ante la embriagante belleza
del alba.
Comenzó de súbito un vago murmurar de blandas voces a resonar en sus
oídos; ninguna reacción, nada. La planta bajo la escalera ignorándolo por
completo gozaba su disimulado vaivén con el viento, sus risitas mudas ya alcanzaban
a penetrar los halos de Estío para unirlo a las caricias dirigidas a Bermellón.
-He perdido la mitad de mi vislumbre por complacerlas, ahora me dirán
que soy hombre inerte, frío y taciturno, falto de todo color sombrío para ser
lo que han afirmado; retírense y vayan a perturbar al inquieto espíritu carente
de ocupaciones, él las complacerá.- profirió Bermellón a Camelia y Dalila. De
inmediato ambas jovencitas salieron de la ancha habitación, y al percatarse del
buen humor de Estío, rápidamente, cayeron sobre de él.
Fue en ese momento en el que detuve mi escritura para escuchar atento el
bellísimo canto de Estío. Canto que
apaciguó las rizadas hojas de la oscilante planta, canto que acalló el agudo
viento menudo, canto que Bermellón no quiso ignorar.
Cuando hubo cesado dirigió algunas palabras a quien hacía, desde hace
horas, en la habitación contigua:
-Mi espíritu es inquieto porque esa es su ocupación y el motivo de mi
canto es alagar, aparentemente, a Camelia y Dalila pero no, mi alma fervorosa
ardiendo en tus miradas, tus ojos que me llueven, ha estallado mi caja sonora
para cantarte; estas mis amigas fueron sólo un pretexto.
Pusose de pie, adosándose a la ventana miró las hojas que rosaban el
suelo. Camelia subió un peldaño seguida por Dalila, luego de mirarse,
sentaronse silenciosas. No hubo viento que soplase en la habitación o que
provocase risitas a la viva planta azul; sus rizadas hojas, ahora lacias, se
extendían a lo largo del pasillo hasta sus puntas tocar los desnudos dedos de
Bermellón. Éste al sentir el delicadísimo contacto esbozó una efímera sonrisa.
Volví a escribir. Bermellón en su aparente ensimismamiento pensaba ver
las oscurísimas pupilas de azabache de Estío; llameantes pupilas de fatuos
fuegos que todo lo funden al mínimo contacto con su mirada. Apenas un
menstruado pensamiento cual flor eclosionada le provocaba la más insoportable
excitación ¿Qué esperaba allí sentado hundido en un abismo que no existía?
-Si mis ojos en tus labios ven la sed que de ti tengo, oh amor, cuán
alegre será mi alma, tan alegre que lloveré tu cuerpo con mis dedos.
Lo escuché musitar mientras su tersa mano me tomaba del torso y con
suaves deslizamientos pintaba hermosas curvas con mi saliva. Intentando
liberarse de sus vehementes pasiones me estrujó, mas no funcionó; su único
remedio era Estío, dulce bálsamo de su herida.
Varias horas anduvieron con minúsculos pies sobre los cuerpos y el
viento no volvió, y la azul panta rápidamente se apagó. Sólo en su compañía
escuchaba el constante suspirar de su pecho.
Silenciada por un instante permaneció la casa, pronto presurosos pasitos
se aproximaron a la ancha habitación.
-¡Son las nubes! Las grises nubes que al cielo opacan quienes marchitan
los halos de Estío, ¡es menester tu presencia en sus ojos!- exclamaron Dalila y
Camelia.
Cual salvajes olas que de piratas sus embarcaciones tragan, Bermellón en
su muda furia ahogó todo inútil orgullo suyo.
Arribaron los tres a la alcoba de Estío. Desvanecidas entre sus prendas
las damas no se permitieron detenerse el llanto, ambas permanecieron a los pies
del agonizante que más moría.
-Mis labios sostendrán tu alma.- susurró Bermellón.
-Pendo de ti…
Tenuemente sus brazos levantaron la frágil cabeza, y cuando tan cerca la
tuvo como la pluma oscilante del ave que muda cadente cayendo en diáfana agua
de un lago, estalló la granada de sus labios.
-Alguna vez antes te vi y cada parte de mí dejo de ser mía, ahora vuelvo
a mirarte y sé que tu cuerpo me fue dado aquel día.
Ante aquellas sinceras palabras Estío no hizo otra cosa que no fuese
encender sus ya encendidas mejillas.
Nunca el fénix cedió. Nunca en ninguna ocasión tornó a embriagarse con
sus fatuas pasiones, porque ahora bebía los perennes fuegos que abrasaban su
tácito cuerpo.
-Fúndete en mí pues ha amanecido.- dijole Estío a Bermellón
desprendiéndose de mí para besarlo. Deslicéme por sus piernas hasta tocar el
suelo.
La azul planta ora mariposas jugueteando entre las níveas palmas de
Dalila y Camelia a cada aleteo suyo despedían esa pura fragancia que menstruada
llovía las menudas siluetas ya perdidas en sus calores masculinos: un Estío
Bermellón.
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