Estábamos en el bar. Ella, disfrutando de todo, y yo,
esperando a que recordara mi presencia. La veía pasearse felizmente de una mesa
a otra, conversar con los invitados y bailar de cuando en cuando, siempre con
la copa en mano. Sonreía coqueta, disfrutaba de su fiesta, mi amiga estaba
contenta. No quise acercarme para no arruinarle el momento. Apenas hacía una
hora que estaba allí y ya me quería ir. Todos conversaban, bebían, bailaban, y
yo, bueno, yo solo observaba a los demás.
Desde mi lugar en la barra tenía vista panorámica y,
mientras prestara atención, podía verlo casi todo. En la mesa de la esquina,
sus primos, riendo y brindando por no sé qué cosa; más al centro, sus nuevos
amigos: el de lentes haciendo sonrojar a la rubia, la morena seduciendo con la
mirada al de la mesa de enfrente, el fortachón siguiendo con la mirada a mi
amiga y el grandote hablando fuerte con el resto; a mi izquierda, otros más que
no logro reconocer, han de ser los del equipo de vóleibol, por las señas que hacen
y la emoción notoria en su conversación seguro lo son; a mi derecha, el
cantinero y a mi espalda, la ventana.
Busco a mi amiga y no la veo, pero lo encuentro a él...
Samuel. Sentado al otro lado de la barra, observando su trago, pensativo,
dibujando círculos imaginarios sobre la madera. Nunca hemos tenido una
conversación formal pero, desde la primera vez que lo vi, he sentido una
atracción que es difícil de ignorar. ¿En qué está pensando?... ¿me acerco?...
¿qué le digo?... Su mirada se desvía y choca con la mía. Sonríe. Le respondo
con una sonrisa apenada y me volteo.
Paso la vista sin detenerme en nada y viéndolo todo, al
parecer nada ha cambiado. De pronto Daniela se acerca, tan sigilosa que me toma
por sorpresa. Sus ojos cristalinos y notoria sonrisa indicaban que tenía rato
bebiendo, pero no tanto como para caminar desbalanceada, la elegancia
permanecía en ella. Conversamos un poco y luego continuó su recorrido,
dejándome sola, de nuevo.
Vuelvo la mirada a donde él se encontraba, ¡tarde!, ya se
había ido. Desilusionada, llamo al cantinero y pido una Margarita, ya estaba
ahí, era lo menos que podía hacer: beber. Intento buscarlo de nuevo, con la
esperanza de encontrarlo entre la multitud, nada, ya no estaba. De pronto sentí
un escalofrío cuando alguien deslizó suavemente su mano por mi cintura y,
asustada, dispuesta a soltar un golpe, giré rápidamente. Valla sorpresa que me
llevé.
-¿buscabas a alguien?- sonrió irónicamente, sabía que lo
buscaba a él.
Estaba ahí, frente a mí, viéndome directo a los ojos, tan
varonil, tan perfecto. No supe que responder. Nunca creí que este momento
sucediera en verdad. Me limité a sonreír, no pude hacer más.
-¿Puedo acompañarte? – dijo con voz profunda.
- Si, un poco de compañía no me vendría mal en este
momento – sentía como se aceleraba mi corazón por los nervios. Traté de no
pensar en ello y seguir como si no pasara nada.
El cantinero me entregó la Margarita. Samuel y yo
iniciamos una larga conversación, bebida tras bebida, risas y miradas coquetas
que se hacían más intensas conforme transcurrían los minutos. Hablábamos de
todo: gustos, disgustos, experiencias, recuerdos, familia... todo. Descubrí que
él era aún más de lo que aparentaba, era simpático, amable, inteligente,
caballeroso y eso lo hacía más interesante de lo que creía. Me gustaba, y él lo
sabía. Le gustaba y yo lo sabía.
-¿quieres ir a un lugar más tranquilo? – Propuso
seductoramente.
- ¿A dónde? – me hice la inocente.
- A mi casa – no dudó ni pensó para decirlo.
- Está bien, vamos.-
Al salir, vimos que el
bar no estaba tan lleno como horas antes. Quedaban Daniela y sus nuevos amigos
y unas cuantas personas más. Nos despedimos de mi amiga, quien me dirigió una
mirada pícara y salimos del lugar. Nos fuimos como dos desconocidos, dispuestos
a conocerse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario