Visitas de la semana

10 abril 2013

Figuras


Nos encontrábamos en aquella reunioncita de ley que celebrábamos cada que obteníamos un incremento en nuestros lectores; aunque creo que sólo en las ventas, he conocido a esas señoras que gozan de limpiar sus mesas de vidrio con encabezados sanguinolentos. La reunión que casi siempre transmutaba a jolgorio con fin hasta que el sol mostraba sus rayos en perpendicular, se oficiaba en casa del director; sujeto que gozaba más de la censura que de la información.
Yo no disfrutaba de las aglomeraciones, nunca he sido una persona gregaria. El único individuo al que podía llamar mi amigo era a Fabián, a él lo había conocido hace poco mientras realizábamos una investigación acerca de un fraude cometido por el gobernador de Zacatecas, de ahí en fuera todos los periodistas de Figuras tenían pelos en la lengua. Nosotros habíamos buscado la manera decolaborar en otro periódico que no se dejaba llevar por opiniones amarillistas o por el dinero que soltaran las personas en el poder. Los datos de nuestra investigación se confirmaban;  por ahora teníamos que resignarnos con el sueldillo que ganábamos en este periódico de ínfima categoría, entretanto conseguíamos “curriculum”.
Mi amigo me había convencido de ir a esa reunión; decía que conviviera, que tratara de darle la vuelta a los temas causantes de discordia con los compañeros, pero yo no podía, ese gesto lo sentía hipócrita en mí. Fabián platicaba con los colegas, mientras yo sólo observaba el contacto de su labio superior con el inferior y el asomo de sus lenguas y dientes, aturdido por el coro estridente de las voces licuadas con la música; hasta que vi a ese individuo a distancia de un metro, sonreía con un dejo burlón a cada comentario del trío que se encontraba frente a él.  Notó que lo observaba extrañado por su risa y entonces vino a mí con su mochila gris colgada del hombro derecho, yo era el único que permanecía alejado del alboroto, exceptuándolo.
Se presentó como Martín Sánchez, me dijo que venía de la Ciudad de México, buscaba tranquilidad en algún sitio poco poblado. Era periodista al igual que la mayoría de los ahí reunidos, el director lo había invitado a formar parte de Figuras; él lo estaba considerando. Se sentó a mi lado, me presenté y le dije que efectivamente Zacatecas era una ciudad poco poblada, sin embargo de pacífica no tenía mucho. Me declaró que venía huyendo del centro del país por la simple razón de ser el ombligo y la incubadora de delincuentes más grande en México. Delincuentes disfrazados de políticos, delincuentes que se cobijaban en el discurso del hambre, de la necesidad. Percibí el coraje en sus palabras y pensé que simpatizaría con él, me apresuré a sustituir la imagen ligera de Zacatecas por otra mucho más pesada, le conté de la noticia que azotaba a la región, pero como siempre era disminuida por periodiquitos como Figuras, el nombre del diario lo decía todo.
Le confesé que aproximadamente una decena de personas habían sido asesinadas en los últimos tres meses, en ellas se encontraron rastros de una antigua arma azteca, una combinación entre mazo y espada, el macuahuitl. Mi interlocutor se mostró sorprendido y decepcionado ante tal revelación. No me contestó hasta pasados un par de minutos, diciéndome que aguardara, que iría al baño.
En cierto grado me encontraba contento por haber conocido una persona afín a mis convicciones. A la espera de Martín, volví a observar con atención a la gente que invadía la sala, ahora me parecían más patéticos que hace unas horas, se encontraban seducidos por los ingredientes del licor, sus lenguas arrastraban las palabras, su mente no las digería, las escupía enteras. Fabián se hallaba en el cuarto contiguo, lo veía recargado en el marco de la puerta, tratando sostener al mundo a causa de su borrachera. Me encontraba viéndolo cuando una señora que estaba hasta las copas tropezó con la mochila de mi nuevo amigo, se sostuvo en mis brazos, no cayó, siguió su camino hacia el baño. Recogí la mochila, la puse sobre mis piernas, pero ésta me invadió de humedad; la levanté, sobre mi regazo, unas gotas de tinta roja con olor a óxido.
El estupor me dominó, abrí la mochila con manos temblorosas, ahí estaba el macuahuitl con el filo desgastado y vestigios de sangre; algunos recortes de los asesinatos se hallaban  dentro de una bolsa transparente. Al que llamaba mi nuevo amigo no era más que un asesino, de lo que según él había huido de la Ciudad de México ¿Ahora que seguía? ¿Qué tal si yo era su siguiente victima? Lo vi salir del baño tan despreocupado, sin un signo de lo que había sido hace unos minutos cuando le conté de los asesinatos, ya no mostraba esa nitidez con la que se le ve a lo de este mundo. Se dirigió hacia a mí con una sonrisa y me dijo -hola Martín, estoy de vuelta-, se fundió en mi cuerpo. El director era el siguiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario