Las
gotas se filtraban en aquella columna que amenazaba por derrumbarse, mientras yo adornaba el
cuello de Sara , llenándome de las distintas bacterias que descomponían su cuerpo.
La
lluvia recorría toda la zona y nadie parecía ser capaz de tomarme, como ella lo
habría hecho cinco noches atrás. Recuerdo que
fue un lunes en la mañana, el dueño de la tienda, exhibía mis colores
apagados en un estante de productos en rebaja. He de decir que le costó mucho
venderme, dado a un grabado borroso que simbolizaba en el pueblo la muerte.
Ella era muy escéptica y terminó por
comprar a este exótico objeto, que al parecer terminaría acompañándola por
un largo tiempo. Al salir, acomodó bruscamente las cadenas que moldeaban mi
oscura forma, en su tatuado cuello. El atardecer aturdía poco a poco los ojos,
tanto que mantenerlos abiertos se hacía difícil y aquel potente ruido no dejaba
escuchar la despedida del sol. De pronto, empezaba a brotar la sangre, esta
chica había comenzado una pelea callejera, que probablemente perdería. Realmente
el mareo se hacía intenso en cada movimiento que Sara daba, esto acabó a los 30
minutos con un fuerte golpe que rasgó profundo en ambos cuerpos y los sonidos lejanos de la autoridad solo traerían
desdicha y obligada ayuda.
El
hospital olía a desesperanza, la transfusión sanguínea se percibía inútil, Sara perdía la fuerza. Dos días después
reaccionó, pero la libertad le costó, el ser como una simple prostituta barata, ya
que no tenía el suficiente dinero para pagar su fianza y yo no tenía un valor
muy alto.
Volvió
a su caminata, se recargó sobre la
sombra del viejo sauce, miró al abismo, lo observó llegar y sintió su arrastre.
He ahí, la razón por la que estoy en este paraje, donde triste, se van oxidando
mis partes e incluso las palabras construyó en rimas para no perder la cordura,
hasta que encuentren a esta perfumada
alma y a su peculiar fan.
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