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10 abril 2013

Mi billi Por Viry Ibarra.

Mi Billi                                            Por: Viry Ibarra
¡Wow! Está obscuro, sin embargo, prefiero esta oscuridad a la oscuridad del corazón de los hombres.
Billi, era la jovencita mas intrépida y salvaje de su época, claro que en el año 1922 cualquier mujer que mostrará la mínima señal de libre albedrio era considerada así. Pero Billy no era sólo una pequeña muestra de  audacia y rebeldía, ella en verdad era un espíritu libre, no hubo Safari celebrado en la sabana Africana al que no fuéramos mi Billi y yo, como su libro favorito era mi deber lucir siempre amable y fiel en su bolso, claro que mi lugar favorito era entre sus manos o en su regazo. Recuerdo con nostalgia aquellas calurosas tardes en que observábamos a distintos animales;  elefantes, jirafitas, guepardos, antílopes, etc. Pero nuestros favoritos eran las cebras y las leonas. Y así transcurrieron nuestros días; ella ganando años y yo perdiendo hojas, sin darnos cuenta transcurrieron sus años de gracia y por imposición paternal Billi, se casó. Ni ante la domesticación fui abandonado, a escondidas de su marido acudía a mis paginas para escapar a las memorias de nuestras hazañas; comenzaba siempre suspirando, sonreía y cuando menos advertía caía una lágrima indiscreta y amarga para los dos que me erizaba el lomo. La parte agridulce de nuestra historia fue cuando llegaron las cadenas, si esos seres pequeños y adorables que a mí no me engañaban no eran más que parásitos, esos tres bribones se alimentaron de mi Billi, no hubo más que ver como acabaron con su frescura, su juventud, su belleza, sus ilusiones y su alma. Siempre me he de preguntar; ¿qué hicieron con sus mejillas encendidas, sus ojitos brillantes, su pelo destellante, su figura sutil? ¿A dónde es que la dejaron?  Mi Billi, no era ni una ligera insinuación de lo que conocí, pero aún después de sus tres tragedias, para mí era la mujer más bella. Con la misma estrategia, Billi me visitaba durante la noche o cuando las bestiecillas dormían. Esas “cosas” crecieron y con ellas las angustias de mi Billi, que en períodos intermitentes hasta parecía disfrutar de su agonizante labor; criar a sus alacranes, era así cómo los veía. A mi sus dulces caritas no me engañaban, que si no sabré de instintos y de ponzoña, desde que recuerdo viví observando animales y alimañas. Hay mi pobre Billi, les dio todo y estos rapaces no descansaron hasta dejarla postrada en una cama y ni así cesaron de alimentarse de ella. Ella agonizante, incapaz si quiera de sostenerme. Un día rodeada de buitres, como de costumbre, anunció que no dejaría sus bienes en manos de ninguno de sus hijos, y en trémulas palabras me nombró su heredero universal ¡ay! Mi Billi, que ocurrente. A sus hienas no les causo nada de gracia; no entendieron el mensaje de Billi. Así que la declararon demente senil y al morir, me enterraron con ella.

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