Visitas de la semana

27 mayo 2013

La sunamita y la Margarita


A lo largo de estos meses entendí que hay dos factores imprescindibles para la literatura; el amor y la creación. Amar lo que haces, amar la literatura y crear literatura con amor. Pero ser estudiante de literatura no implica tener afecto por todo aquello que se te presenta para ser leído, prueba de ello es que nunca antes un texto me había fatigado tanto como el Sátiro sordo de Rubén Darío, o La princesa bizantina de Horacio Quiroga. Sin embargo La sunamita de Inés Arredondo fue mi mejor sorpresa, ya que nunca me sentí tan identificada y cercana a un autor. De igual forma, aprendí a querer la literatura de Mario Vargas Llosa, escritor dramáticamente relegado en mi lista de autores con anterioridad, y con tristeza encontré que en muchas ocasiones la fama del  escritor crece al morir, como en el caso de Roberto Bolaño. Mi clase de narrativa no solo es el curso que indica mi carta descriptiva, mi clase incluye a los futuros creadores que me acompañan en el aula, aquellos que nunca imaginé conocer, porque nunca pensé encontrar personas con intereses tan parecidos a los míos y que nadie antes me había mostrado. Dicho esto, puedo entonces abordar el siguiente tema, ¿qué puede ser más difícil, escribir para ti o escribir para quienes te rodean? Llegue aquí, hasta este punto del curso a darme cuenta que soy capaz de escribir algo que le guste a alguien además de mí, pero difícilmente puede pasar por el filo de mi juicio, siempre he sido mi critica más severa, entender que existe la posibilidad de que las personas se interesen en lo que escribo me da empujoncitos para seguir como fiel caminante de senderos literarios. Mi cuento, Margarita, es mi primer hijo no prematuro, incompleto o con deficiencias intelectuales estoy orgullosa de él, a pesar de no ser la cosa más grande que pudiera crear, si define el inicio de mi narrativa. 

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