A lo largo de estos meses entendí que hay dos factores
imprescindibles para la literatura; el amor y la creación. Amar lo que haces,
amar la literatura y crear literatura con amor. Pero ser estudiante de
literatura no implica tener afecto por todo aquello que se te presenta para ser
leído, prueba de ello es que nunca antes un texto me había fatigado tanto como
el Sátiro sordo de Rubén Darío, o La princesa bizantina de Horacio Quiroga. Sin
embargo La sunamita de Inés Arredondo fue mi mejor sorpresa, ya que nunca me sentí
tan identificada y cercana a un autor. De igual forma, aprendí a querer la
literatura de Mario Vargas Llosa, escritor dramáticamente relegado en mi lista
de autores con anterioridad, y con tristeza encontré que en muchas ocasiones la
fama del escritor crece al morir, como
en el caso de Roberto Bolaño. Mi clase de narrativa no solo es el curso que
indica mi carta descriptiva, mi clase incluye a los futuros creadores que me
acompañan en el aula, aquellos que nunca imaginé conocer, porque nunca pensé
encontrar personas con intereses tan parecidos a los míos y que nadie antes me
había mostrado. Dicho esto, puedo entonces abordar el siguiente tema, ¿qué
puede ser más difícil, escribir para ti o escribir para quienes te rodean? Llegue
aquí, hasta este punto del curso a darme cuenta que soy capaz de escribir algo
que le guste a alguien además de mí, pero difícilmente puede pasar por el filo
de mi juicio, siempre he sido mi critica más severa, entender que existe la
posibilidad de que las personas se interesen en lo que escribo me da
empujoncitos para seguir como fiel caminante de senderos literarios. Mi cuento,
Margarita, es mi primer hijo no prematuro, incompleto o con deficiencias
intelectuales estoy orgullosa de él, a pesar de no ser la cosa más grande que
pudiera crear, si define el inicio de mi narrativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario