1. El cuento, género poco encasillable
(...) Nadie puede pretender que los cuentos
sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales
leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan
una estructura a ese género tan poco encasillable; en segundo lugar, los
teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es
natural que aquéllos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un
acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus
cualidades.
2. Ajuste del tema a la forma
(...) Los cuentistas inexpertos suelen caer
en la ilusión de imaginar que les bastará escribir lisa y llanamente un tema
que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren en la
ingenuidad de aquél que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que
los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el
cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en literatura
no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector
esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de
escritor, y que ese oficio consiste, entre otras cosas, en lograr ese clima
propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la
atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado
el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva,
enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse
ese secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la
intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y
expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su
forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único,
inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su
sentido más primordial.
(...) Pienso que el tema comporta
necesariamente su forma. Aunque a mí no me gusta hablar de temas; prefiero
hablar de bloques. Repentinamente hay un conjunto, un punto de partida. Hice
muchos de mis cuentos sin saber cómo iban a terminar, de la misma manera que no
sabía lo que había en la popa del barco de Los premios, y eso vale para todo lo
que he escrito.
Es lo que me interesa más: guardar esa
especie de inocencia -una inocencia muy poco inocente, si usted quiere, porque
finalmente soy un veterano de la escritura- como actitud fundamental frente a
lo que va a ser escrito.
No sé si usted ha hecho la experiencia, pero
hay escritores que proyectan escribir un libro y se lo cuentan a usted en
detalle, en un café, todo está listo, todo planteado: cuando lo escriben,
generalmente es un mal libro.
3. Brevedad
(...) el cuento contemporáneo se propone como
una máquina infalible destinada a cumplir su misión narrativa con la máxima
economía de medios; precisamente, la diferencia entre el cuento y lo que los
franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story se basa en esa
implacable carrera contra el reloj que es un cuento plenamente logrado.
4. Unidad y esfericidad.
(...) Para entender el carácter peculiar del
cuento se le suele comparar con la novela, género mucho más popular y sobre el
que abundan las preceptivas. Se señala, por ejemplo, que la novela se
desarrolla en el papel, y por lo tanto en el tiempo de lectura, sin otro
límites que el agotamiento de la materia novelada; por su parte, el cuento
parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto
que en Francia, cuando un cuento excede de las veinte páginas, toma ya el
nombre de nouvelle, género a caballo entre el cuento y la novela propiamente
dicha. En este sentido, la novela y el cuento se dejan comparar analógicamente
con el cine y la fotografía, en la medida en que en una película es en
principio un "orden abierto", novelesco, mientras que una fotografía
lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el
reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza
estéticamente esa limitación. No sé si ustedes han oído hablar de su arte a un
fotógrafo profesional; a mí siempre me ha sorprendido el que se exprese tal
como podría hacerlo un cuentista en muchos aspectos. Fotógrafos de la calidad
de un Cartier-Bresson o de un Brassai definen su arte como una aparente
paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados
límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre
de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que
trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara. Mientras en el
cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme
se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no
excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el "clímax" de la obra,
en una fotografía o un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir
que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una
imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por
sí mismos sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como
una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la
sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o literaria
contenidas en la foto o en el cuento. Un escritor argentino, muy amigo del
boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y
su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar
por knockout. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente
sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente,
sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado
literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de
sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están
minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier
gran cuento que prefieran y analicen su primera página. Me sorprendería que
encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos. El cuentista sabe que
no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único
recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia
abajo del espacio literario. Y esto, que así expresado parece una metáfora,
expresa sin embargo lo esencial del método. El tiempo del cuento y el espacio
del cuento tienen que estar como condensados, sometidos a una alta presión
espiritual y formal para provocar esa "apertura" a que me refería
antes.
(...) Cada vez que me ha tocado revisar la
traducción de uno de mis relatos (o intentar la de otros autores, como alguna
vez con Poe) he sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento
dependían de esos valores que dan su carácter específico al poema y también al
jazz: la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de
parámetros previstos, esa libertad fatal que no admite alteración sin una
pérdida irrestañable. Los cuentos de esta especie se incorporan como cicatrices
indelebles a todo lector que los merezca: son criaturas vivientes, organismos
completos, ciclos cerrados, y respiran.
(...) -¿Cómo se le presenta hoy la idea de un
cuento?
-Igual que hace cuarenta años; en eso no he
cambiado ni un ápice. De pronto a mí me invade eso que yo llamo una
"situación", es decir que yo sé que algo me va a dar un cuento. Hace
poco, en julio de este año, vi en Londres unos pósters de Glenda Jackson -una
actriz que amo mucho- y bruscamente tuve el título de un cuento: "Queremos
tanto a Glenda Jackson". No tenía más que el título y al mismo tiempo el
cuento ya estaba, yo sabía en líneas generales lo que iba a pasar y lo escribí
inmediatamente después. Cuando eso me cae encima y yo sé que voy a escribir un
cuento, tengo hoy, como tenía hace cuarenta años, el mismo temblor de alegría,
como una especie de amor; la idea de que va a nacer una cosa que yo espero que
va a estar bien.
-¿Qué concepto tiene del cuento?
-Muy severo: alguna vez lo he comparado con
una esfera; es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza
y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar
fuera de sus límites precisos.
5. El ritmo
(...) Cuando escribo percibo el ritmo de lo
que estoy narrando, pero eso viene dentro de una pulsión. Cuando siento que ese
ritmo cesa y que la frase entra en un terreno que podríamos llamar prosaico, me
cuenta que tomo por un falsa ruta y me detengo. Sé que he fracasado. Eso se
nota sobre todo en el final de mis cuentos, el final es siempre una frase larga
o una acumulación de frases largas que tienen un ritmo perceptible si se las
lee en voz alta. A mis traductores les exijo que vigilen ese ritmo, que hallen
el equivalente porque sin él, aunque estén las ideas y el sentido, el cuento se
me viene abajo.
6. Intensidad
(...) Basta preguntarse por qué un
determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay
temas buenos ni temas malos, hay solamente un buen o un mal tratamiento del
tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una
piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka.
Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse
desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya
que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de
permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.
7. Objetivación del tema
(...) Un verso admirable de Pablo Neruda:
"Mis criaturas nacen de un largo rechazo", me parece la mejor
definición de un proceso en el que escribir es de alguna manera exorcizar,
rechazar criaturas invasoras proyectándolas a una condición que paradójicamente
les da existencia universal a la vez que las sitúa en el otro extremo del
puente, donde ya no está el narrador que ha soltado la burbuja de su pipa de
yeso. Quizá sea exagerado afirmar que todo cuento breve plenamente logrado, y
en especial los cuentos fantásticos, son productos neuróticos, pesadillas o
alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación y el traslado a un medio
exterior al terreno neurótico; de todas maneras, en cualquier cuento breve
memorable se percibe esa polarización, como si el autor hubiera querido
desprenderse lo antes posible y de la manera más absoluta de su criatura, exorcizándola
en la única forma en que le era dado hacerlo: escribiéndola.
8. Temas significativos.
(...) Miremos la cosa desde el ángulo del
cuentista y en este caso, obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un
cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del
mundo, comprometido en mayor o menor grado con la realidad histórica que lo
contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un
tema no es tan sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como
si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi
caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen
de mi voluntad, por encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo
no fuera más que una médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza
ajena. Pero esto, que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el
hecho esencial y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o
escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es
definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes de que ello
ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro? ¿Qué
razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un
determinado tema.
A mí me parece que el tema del que saldrá un
buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema
debe ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al
contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo
excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae
todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el
lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta
ideas que flotaban virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema
es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que
muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de
palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más
actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en
torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya
como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros
mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y más hermoso?
(...) Sin embargo, hay que aclarar mejor esta
noción de temas significativos. Un mismo tema puede ser profundamente
significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará
enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede
decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente
insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto
escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá
darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores.
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